Redacción Cultura
En el estudio de danza de Damiana Levy, en Quito, a la luz de algunas velas se ve un pequeño anuncio entre medallas, fotografías, ilustraciones arábigas, velos… En él se lee: “No son bienvenidos aquellos que esperan ver mamis o nenas bailando seximente. Acá bailan diosas, hadas, magas”.
Con la frase se pone de manifiesto el anhelo de formalizar la danza árabe como una expresión escénica en el país .
El género busca salir de ese fenómeno creado por la telenovela brasileña ‘El clon’ o los videos musicales de Shakira; de esa concepción errónea que puede tener su carácter sensual.
Si bien en Quito la danza árabe entró un poco tarde, Levy considera que caló fuerte por el apego de los occidentales a las culturas exóticas. Ahora, se busca afianzar su sitial en las artes escénicas, un lugar que el género merece por su riqueza, por su historia, por ser “una forma bella de abordar una cultura milenaria”. La danza árabe tiene diferentes facetas, pues se nutre de las formas de más de 20 países.
En su estudio de la Gaspar de Villarroel, norte de Quito, niñas y adolescentes crean mariposas con sus manos, practican movimientos, ensamblan coreografías. A Camila García (17 años), una alumna, el baile árabe le parece un arte tradicional poco explotado, mientras que a su compañera Alejandra Tapia le gusta porque se conjuga con el aprendizaje sobre la cultura.
Otra iniciativa en este proceso de formalización es el Ballet Experimental de Danzas Árabes, que Levy dirige junto con Paola Flores. La agrupación busca espacios para un público más formado. Las seis bailarinas que lo componen desarrollan sus espectáculos con coreografías limpias y bien estructuradas. Levy es también mentora del Hafla, celebración del primer jueves de cada mes, en el Cafelibro.
Allí, alrededor de 150 personas practican la danza en su verdadero origen, en una fiesta.