La calle Valladolid, entre Francisco Salazar y Madrid, está llena de cafés y restaurantes. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
El movimiento continuo, las luces, la variedad gastronómica y los picos de tránsito al mediodía y en las noches, en calles como la Isabel La Católica o tramos de la Valladolid, la Madrid, la Ladrón de Guevara o la Toledo contrastan con la silenciosa y apacible convivencia que existe en las calles Lugo, Pontevedra o Lérida.
Todas son parte del barrio La Floresta, que tiene 76 manzanas, y que por su plan especial, compilado en la ordenanza 135, vigente desde el 2012, debe mantenerse con un 80% de sus 104 hectáreas como área netamente residencial.
En esas calles, pocas casas patrimoniales quedan, según Rocío Bastidas, dirigente del barrio, porque muchas fueron echadas abajo con sus añosos árboles antes de que se hiciera un inventario en el sector.
Los contrastes son evidentes. Al transitar por la calle Valladolid, en sentido norte-sur, por ejemplo, pequeñas cafeterías, restaurantes y un cine decorados con vistosos diseños dan cuenta de un sitio acogedor para el entretenimiento.
Pero al cruzar la Madrid, todo cambia. Hasta la Ladrón de Guevara solo hay una peluquería, un pequeño hostal y un restaurante: El Ajicero, que tiene 20 años de funcionamiento. José Luis Salas es el administrador del local familiar que está a nombre de Gabriela Pazos.
Tienen patente, RUC y tenían todos los permisos en regla hasta en el 2015. Desde entonces, dice Salas, han ingresado trámites pero no han logrado conseguirlos porque les han dicho que el negocio no es compatible con el uso de suelo.
Ahora buscaron el apoyo de un abogado para conseguir su permiso por la antigüedad del local en el sector y por ello no han pagado una multa de más de USD 3 000 que les llegó.
Según la Agencia Metropolitana de Control, el ente sancionador, el problema de este local como el de muchos otros en la zona y en otros puntos de la ciudad es que no presentan Licencia Única de Actividad Económica. “El Concejo pone las reglas de juego de convivencia y determina qué tipo de actividades se puede hacer y cuáles no en un lugar”.
El restaurante y otros negocios que tienen más de 15 años en el barrio son bienvenidos porque allí se respetan normas de convivencia. “No generan problemas porque tienen una política de no sobrepasar el número de clientes, no se arman fiestas y colaboran con el comité”, dice Bastidas.
Ese sector es considerado R1. Según Vladimir Tapia, director metropolitano de Políticas y Planeamiento de Suelo, los usos de suelo están conectados con actividades económicas y obtención de licencias y tienen una permisibilidad variable. El R1 es en el que menos actividades económicas se permiten, salvo aquellas compatibles como tiendas de abarrotes o pequeñas cafeterías. Las categorías R2, R3 y Múltiple incrementan las posibilidades de locales comerciales.
Por eso, explica el funcionario, calles como la Madrid o la Toledo tienen áreas con restaurantes y otros negocios con categorías R2 o R3 y otras en las que rige la R1.
Y subraya que la ciudad es dinámica, por lo que no se puede aplicar un solo tipo de uso de suelo en cada barrio. Este cambia de acuerdo con pequeñas centralidades que le dan a la gente un rango para llegar caminando desde áreas con énfasis en lo residencial a otras en las que pueden acceder a más servicios de distinto tipo.
Desde el cruce con la Madrid hacia el sur, la Valladolid es mayoritariamente residencial. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
Aunque La Floresta abarca el área comprendida entre la avenida 12 de Octubre, la calle Rafael León Larrea y la Ladrón de Guevara, en ese sector hay una superposición de dos ordenanzas, dice Tapia. De allí las diferencias notorias de movimiento entre una vía y otra.
El plan especial para La Floresta cubre toda esa área, pero cuando se diseñó el plan turístico especial de La Mariscal, se consideraron también la 12 de Octubre y la Isabel La Católica. Por eso, según Quito Turismo, desde allí hacia La Mariscal rige el Reglamento de Alimentos y Bebidas y Reglas Técnicas para Zonas Especiales Turísticas. En el resto de La Floresta se aplica otro reglamento de alimentos y bebidas.
Los planes especiales, como el de La Floresta, se diseñan cuando hay tejidos urbanos que necesitan de una planificación muy detallada, por las particularidades de su incidencia territorial, dice Tapia.
La gente de este sitio impulsó un plan para mantener la vida de barrio y evitar que se convierta en zona rosa, como pasó en La Mariscal. Bastidas recuerda que la comunidad construyó el plan especial y debía ser evaluado en el 2016, pero no se realizó la consultoría independiente a tiempo.
La idea, dice Bastidas, es mantener la residencialidad y acoger negocios pequeños como tiendas, casas de sastres o costureras y tiendas de artesanos. No quieren grandes edificios que afecten a las pocas casas y árboles patrimoniales que se conservan.
Y considera que permitir la proliferación de restaurantes, hoteles, bares o karaokes sería replicar lo que pasó con La Mariscal desde los ochenta, cuando se empezó a convertir en “un punto rojo que se le ha ido de las manos a las autoridades en temas de seguridad”.