El país vio estupefacto el deprimente espectáculo de la tumultuosa presencia de jóvenes que pugnaban por un sitio en la fila para adquirir el prospecto que les abra la puerta al proceso de selección de personal en la Policía Nacional.
Durante cinco días, miles de compatriotas aguantaron hambre y se amontonaron en las afueras de distintos cuarteles y ciudades. Las colchas multicolores que les prestaban abrigo en las frías noches componían un paisaje que pintaba el drama de la falta de trabajo.
Entre empujones y cargas de las cabalgaduras montadas por jinetes uniformados, los pacientes jóvenes se quejaban de los ‘palanqueos’ consabidos y de los ‘vivos criollos’ que se colaban en la fila.
Pero el episodio, más allá del registro periodístico y la anécdota personal, refleja la realidad. Un Ecuador que sigue arrojando emigrantes al extranjero, que abulta día a día la cifra estadística que nos dice que solamente un 40% de la Población Económicamente Activa (PEA) tiene empleo formal, ya que según los últimos datos que el Banco Central entrega trimestralmente, el 8,36 % de los ecuatorianos está en el desempleo y el 51,4% en el subempleo (total: 59,76%). Esto significa que alrededor de dos millones y medio de ecuatorianos en edad de trabajar no tienen un puesto formal.
El Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social registra apenas un millón ochocientos mil ecuatorianos afiliados, otra cifra que expresa la situación concreta.
Una prioridad para cualquier Gobierno que privilegie el aspecto social es empeñarse a fondo en incentivar la producción, fortalecer la seguridad jurídica y motivar la inversión nacional y extranjera para que los ecuatorianos puedan tener la posibilidad de un trabajo digno.