Embajadora Lourdes Puma (izq.) en su oficina. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
En toda su historia, el Servicio Exterior ecuatoriano ha contado solo con 17 embajadoras. Actualmente, de los 60 funcionarios de esa categoría apenas 11 son mujeres. La primera en ocupar ese puesto fue Magdalena Fegan Pólit, en 1987. Ella dirigió la misión diplomática en Guatemala.
Esta diferencia se nota en los altos cargos directivos, tanto en la Cancillería como en el Exterior. Solo dos embajadoras ocupan cargos de Directora y Subsecretaria.
Y no fue hasta 2003 que una mujer dirigió la institución por primera vez: Nina Pacari. Las diplomáticas de carrera, con base en Quito, reconocen que aún existe el denominado “techo de cristal” en este espacio profesional.
Sin embargo, la situación ha mejorado. En el rango más inicial de la carrera diplomática (tercer secretario) las mujeres ostentan un 51% de puestos. Esto debería reflejarse, en los próximos años,
en cargos de alto nivel.
Precisamente por esto, la Cancillería lanzó su política para la igualdad de género, que consta de cuatro ámbitos: el enfoque de género en la política exterior, en la gestión de movilidad humana, en la cooperación internacional y dentro de la misma institución.
La embajadora Mireya Muñoz (der.) es la directora del Sistema de Naciones Unidas. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
Durante la presentación de esas nuevas políticas, la embajadora Verónica Bustamante señaló que todavía persisten numerosas barreras invisibles que dificultan que las mujeres lleguen a ocupar puestos jerárquicos y que sean designadas en las misiones consideradas más importantes, a pesar de tener la formación, capacitación, méritos y cualidades.
La embajadora Lourdes Puma es la subsecretaria de África, Asia y Oceanía. Ella ingresó primero al área administrativa de la Cancillería y después a la Academia Diplomática. En 1981 concursó para tercer secretario y fue la única mujer y la primera de su clase entre otros 60 compañeros.
Salió a su primera misión en Chile, en 1985. Pero cuenta que era difícil que las mujeres ocuparan cualquier cargo en el exterior. Los embajadores intentaban disuadirlas argumentando lo difícil que sería por el tema familiar. Otros no las querían recibir como parte de sus misiones. “Había muchos estereotipos y discriminación; pero ahora hay un avance sustancial”, sostiene.
Después de servir también en Suecia, Brasil y Bélgica, a Puma le tomó casi 30 años dirigir su primera misión en el exterior. Fue nombrada Embajadora en Malasia en 2010. Ese es un puesto que no era muy popular entre los diplomáticos, comenta, por la distancia, el tamaño de la misión y la diferencia cultural. Es un país musulmán. “Muchos colegas no querían ir”, admite. Ella lo hizo.
El caso de la embajadora Mireya Muñoz es diferente. Ella es Directora del Sistema de Naciones Unidas de la Cancillería. Ingresó a la Academia Diplomática en 1989. Ya en ese entonces había un mayor interés femenino en el área de la política exterior. De su promoción ingresaron 12, cinco fueron mujeres.
Salió a su primera misión en Washington, en 1995. En 2003 fue parte de la representación ante la Organización Mundial del Comercio, en Ginebra. En 2012, ya como ministra (segundo rango diplomático) fue a Colombia. Y, finalmente, como Embajadora, en 2014, fue Cónsul en La Haya (Holanda).
Muñoz recuerda que cuando llegó a Washington, una de las representaciones más grandes del Ecuador en el exterior, era la única mujer diplomática. Mientras que en los cargos administrativos, tanto en Quito como fuera del país, la mayoría de puestos estaban ocupados por mujeres.
Sin embargo, su experiencia ya fue distinta. Cree que no ha tenido obstáculos por ser mujer y que su paso por el Servicio Exterior se ha dado por méritos propios. Aunque acepta y agradece el camino que abrieron las primeras mujeres que ingresaron a la carrera diplomática, quienes fueron las que hicieron posible que para las nuevas generaciones haya menos barreras de género.
La misma canciller María Fernanda Espinosa criticó que hasta 2009 las mujeres dentro del Servicio dejaban sus carreras por falta de las facilidades para mantener una vida familiar, un matrimonio. Lo cual era aún más difícil si ambos pertenecían a la diplomacia, uno debía renunciar.
Fue Espinosa quien en ese año emitió un acuerdo ministerial que permitía el matrimonio entre diplomáticos e incluso que trabajen en el mismo país, aunque no en la misma sede u oficina.
Puma y Muñoz admiten que, aunque la situación ha mejorado, aún existe ese “techo de cristal” para los niveles más altos. Por lo cual seguirán impulsando los cambios necesarios para que el trato llegue a ser igual entre hombres y mujeres.