Trinidad Angulo, de 70 años, asiste al centro Rendirse Jamás, en la Isla Trinitaria. Foto: Mario Faustos/ EL COMERCIO.
Desde la década de 1950, el Ecuador ha reducido su tasa de analfabetismo en un 40%, según datos de la Unesco. Este ha sido uno de los objetivos del milenio y uno de los estandartes del actual Gobierno en su lucha contra la pobreza, que le hizo merecedor de un premio internacional por sus logros.
El lunes, 8 de septiembre del 2014, el Ministerio de Educación fue reconocido en Bangladesh por los resultados del programa de Educación Básica de Jóvenes y Adultos (EBJA), que educó a 3 25 000 personas que eran iletradas.
La lucha contra el analfabetismo alcanzó su esplendor entre los años 90 y los 2000, cuando se logró reducir el analfabetismo del 44 al 11,7%.
“El Ecuador ha realizado esfuerzos sostenidos y de largo plazo para la erradicación del analfabetismo; desde 1990 hasta el 2010 se evidencia una reducción significativa”, explicó Julio Echeverría, sociólogo y catedrático.
Estas políticas se vieron fortalecidas luego de la consulta popular del 2006, donde se preguntó a la gente sobre ocho políticas educativas, que hoy forman parte del Plan Decenal de Educación hasta el 2015. Una de ellas es la erradicación del analfabetismo y la educación continua para adultos, como herramienta para cumplir la meta: que todos los ecuatorianos sepan leer, escribir y realizar las operaciones matemáticas básicas.
A partir de entonces, se inició un proceso para fortalecer el sector educativo en general y lograr la inclusión de todas las personas en la educación formal. Esto ha tenido resultados muy positivos, principalmente en la población joven y adulta.
Pero los mayores de 65 años son el segmento poblacional que más porcentaje de analfabetismo registra, según Echeverría. “La tasa de es del 6,7%, según el INEC; entre la población de más de 65 años la cifra bordea el 25% (datos del MIES). Para alcanzar la erradicación total se deberían emprender campañas dirigidas a este sector”.
Precisamente, esto es lo que impulsa para este año el Ministerio de Educación, a través del Programa EBJA. La idea es atender a grupos prioritarios, como adultos mayores, madres y mujeres embarazadas.
En las aulas
Los garabatos en sus cuadernos son el resumen de la clase del día. Abuelos y madres con niños en abrazos ocupan los pupitres del centro Rendirse Jamás, que funciona en una escuela de la Isla Trinitaria (sur de Guayaquil).
Aquí, 30 adultos aprenden a leer, escribir y las operaciones matemáticas básicas. Mercedes Montaño es una de las alumnas. Empezó a hacer sus primeros trazos a inicios de este año, cuando se inscribió en el proyecto EBJA.
Mercedes tiene 60 años y en cada clase busca aprovechar la oportunidad que no tuvo cuando era niña. “Mis padres murieron y no pude ir a la escuela”.
Ahora toma con firmeza el lápiz y copia cada palabra que las maestras Andrea Bravo y Dora Loor anotan en la pizarra.
Desde febrero hasta agosto, la Subsecretaría de Educación de la zona 8 (Guayaquil, Durán y Samborondón), ha registrado 4 039 participantes y 136 educadores. Los módulos duran cinco meses, dos horas por día.
María Verónica Morales, directora zonal de Coordinación Educativa, explica que se alistan para la postalfabetización. El curso se enfoca en insertar a los estudiantes en la Educación Básica acelerada.
En la Escuela Isidro Ayora, en Pascuales (noroeste de Guayaquil), funciona otro centro de alfabetización. Hasta aquí llega a diario Esther Carranza, de 42 años. Con empeño, ella y sus compañeros aprenden las vocales, las sílabas, los números… “Antes era una tragedia hacer un trámite, porque no sabía mi número de cédula -cuenta-. Pero ahora ya aprendí a escribirlo, y me da mucho orgullo”.
En Quito estas historias se repiten. Al Centro de Experiencia del Adulto Mayor (CEAM) de la 24 de Mayo acuden cerca de 15 adultos mayores que son parte del proceso de alfabetización. Con sus cuadernos y lápices a la mano, los estudiantes de cabello blanco (la mayoría son mujeres) prestan atención a lo que dicta Carla Carate, su docente. ¿Cómo se pronuncia esta letra?, pregunta la maestra a María Maza, de 74 años. La mujer le responde e inmediatamente después le recita alguna palabra que contiene esa letra.
“Mis difuntos padres nunca me pusieron en la escuela”, recordó María, madre de siete hijos. El no saber leer ni escribir le significó más de un problema en su vida. Desde no poder abordar un bus, abrir una cuenta de ahorros en el banco hasta sumar el costo de las compras para su sustento diario.
Algo similar le pasó a Bertha Alencastro, de 69 años, quien no tuvo la posibilidad de estudiar porque se quedó huérfana a temprana edad. Ambas vieron en la alfabetización una esperanza para aprender los conocimientos que les fueron negados por varias circunstancias.“Nunca es tarde para estudiar”.
La capacitación tiene sus tropiezos. María Pilataxi, de 71 años, dijo que el proceso de aprendizaje a veces se le complica, porque olvida lo que le impartieron en clase. O porque sus actividades personales, en ocasiones, le impiden acudir al centro.