Al escuchar la palabra cinta, una de las muchas ideas que se vienen a la mente es la de los rollos utilizados para adherir cosas a una superficie.
El propósito es lograr que un determinado objeto se quede quieto, paralizado, estable. Pero, cuando las personas ocupan el lugar de las cosas, y en vez de tratar que los cuerpos permanezcan inmóviles se busca un impulso liberador, el término cinta acoge otro significado. Esta ambigüedad del lenguaje resume al ‘slackline’ como una de las más llamativas tendencias extremas.
A simple vista y de forma errada, muchos comparan al ‘slackline’ (significa cuerda floja) con el funambulismo, en el que se caminaba sobre un cable metálico muy tenso. Los ‘slackliners’, en cambio, cumplen diferentes tipos de movimientos sobre una cinta que se tensa gradualmente, de acuerdo con la experiencia y con la clase de trucos que se quiera intentar. Esta actividad se la practica en la capital desde hace tres años y, en la actualidad, ya existe toda una comunidad. Sus integrantes, como Kevin Jivaja, Gabriela Valarezo y Santiago Cámara, alternan sus estudios de Gastronomía, Producción Musical, entre otras carreras, con los extenuantes entrenamientos.
A la hora de practicar, lo hacen en los parques La Carolina y Guangüilatugua por varias razones. Una es la necesidad de tensar las cintas en puntos resistentes como árboles; y otra es el menor ruido, para que no se afecte su concentración. Pero hay veces en que toman espacios dentro de plazas y centros comerciales. No es necesario utilizar una indumentaria especial que identifique a los ‘liners’. De hecho, es posible ver sobre la cinta a chicas punk, futuros productores de cine, ciclistas, ‘freelancers’…
Lo que los une es una inexplicable atracción por la sensación de libertad, de vuelo, de impulso, que se logra en las diferentes modalidades del ‘slack’: ‘trickline’, ‘longline’, ‘highline’. A sí, entre caídas, equilibrio y perseverancia, estos jóvenes cuadrarán -a través de la página Locos por la cinta Quito- el sitio y la hora de su próxima sesión.