Ya es un hecho. Tras largos meses de dudas, el Municipio se decidió a poner en vigencia el plan de restricción vehicular para atender al agobiante problema de tráfico en la capital.
Pese a las advertencias de los especialistas y a la experiencia de ciudades grandes que ya han aplicado la medida, el “ Pico y Placa” se viene sin ninguna acción complementaria y sin una adecuada ni suficiente dotación de transporte público para atender la gran demanda de los usuarios de Quito.
El plan aprobado es el primer paso de una cadena de restricciones que seguramente sobrevendrán en los próximos años y trae algunas ventajas pero evidentes dificultades. Se estima como ventaja que habrá más fluidez y velocidad de circulación y mejorarán los tiempos de los recorridos.
Pero los problemas son múltiples: No hay buen servicio de transporte público y la seguridad deja mucho que desear. Los taxis se volverán escasos y nadie sabe lo que ocurrirá con los servicios de transporte informal que seguramente se multiplicarán. Es utópico pensar que largos recorridos entre norte y sur y desde los valles a Quito se puedan hacer en bicicleta, pues se tardaría demasiado, y no hay vías ni seguridad para los ciclistas. Y si se animan y tienen fuerzas, no escaparán de un buen aguacero en temporada invernal.
La experiencia de otras ciudades dice que, si no se manejan bien todas las variables, en dos años el parque automotor crece, pues las personas con capacidad adquisitiva comprarán otro carro y el problema vuelve al punto inicial.
Entonces la restricción debe extenderse a todo el día y luego hasta a dos días a la semana. Es un paño de agua tibia a un problema central que aún no ha sido resuelto: la ausencia de un transporte público, eficaz, rápido y seguro.