Pablo S. Jarrín ValladaresEl señor Juan Cuvi sugiere que la actividad petrolera en el Yasuní significará una oportunidad para “la investigación a más alto nivel de la biodiversidad de la zona” (“Conquista del Yasuní”, 11-Abril-2010). La actividad petrolera es totalmente distinta a la difícil lucha de los científicos nacionales por hallar el tiempo y los recursos para mantenerse al mismo nivel académico que los poderosos centros de investigación en latitudes más favorables para el desarrollo científico.Tampoco debemos estar de acuerdo con el señor Cuvi en que la ciencia y sus beneficios vienen en un “enigmático lenguaje” y que son inalcanzables para los países pobres. La ciencia es el lenguaje natural de la lógica y raciocinio humanos y no es inalcanzable, sino que exige esfuerzo y dedicación. Ecuador tiene riquezas biológicas envidiables. Nuestro Gobierno debe promover el desarrollo en ciencias biológicas que descubran los secretos que se esconden en nuestras selvas, que abran horizontes brillantes para el país en biotecnología y bioenergía. Dos actividades que difícilmente representan una amenaza contra la selva, si no más bien una esperanza de bienestar, progreso y orgullo nacional.La última cadena sabatinaJuan Diego Paredes AlbujaParafraseando al gran político británico Arthur James Balfour, puede resumirse el último monólogo sabatino del presidente Correa, señalando que “dijo cosas verdaderas y otras vulgares; pero lo que era cierto era trivial, y lo que no era trivial no era cierto”. Así, no tiene precio ver al Mandatario contándonos sobre los ahorros de cocina implantados en Carondelet, su asistencia al cambio de la guardia palaciega, lo bien que cantó el presidente Chávez en la última farra que se pegaron en palacio, la voz maravillosa de “los muchachos”, el menú que se sirvieron ahora que los revolucionarios ciudadanos por fin pueden ingerir tres buenas comidas diarias, cosas importantísimas que demandan la atención urgente de un estadista. Pero lo que resulta intolerable es que, obnubilado por un fallo judicial emitido por la más alta instancia arbitral del planeta dentro de un litigio que ni siquiera alcanza a comprender cabalmente, el Presidente pretenda desprestigiar y deshonrar a un abogado ampliamente reconocido por su talento, honorabilidad, probidad y patriotismo y, lo que es más grave, al hacerlo muerda la mano de quien, en su oportunidad, le alimentó desinteresadamente. Tal actitud es inaceptable, más aún en el caso del más alto magistrado del país. Alguien debe decirle al Presidente que es hora de recoger el sabio consejo de Cicerón: “El hombre es esclavo de lo que habla y emperador de lo que calla”. O, más bien, lo que decía el generalísimo Franco: “En boca cerrada, no entran moscas”.La reacción esperadaRodrigo Fierro BenítezCuando un articulista de opinión trata temas ‘sensibles’ sabe por experiencia propia y ajena que la reacción de quienes se saben aludidos no se hará esperar. Se trata de un riesgo calculado, gajes del oficio.Tal parece ser el ánimo ofensivo de Eduardo Jiménez E., al comentar mi artículo “Basta, ya, carajo”. La expresión ‘carajo’ significa rechazo y esa era mi intención. Ante mi propio juicio, ni cabía siquiera que lo hubiera titulado ¡Basta, ya, por favor!, haciéndome el ‘educadito’ ante la tragedia que nos supone la disminución imparable de la esponja de agua que son los páramos andinos.Tampoco cabe que me ponga en el plan de aclararle al señor Jiménez la serie de dislates que contiene su carta. Lo que sí debo insinuar es que no me sorprendería que hable en representación, o a título de buenos oficios, de quienes se dedican a la explotación maderera en la Costa, Sierra y Amazonía de nuestro desventurado país.