Ni John Maynard Keynes ni John Kenneth Galbraith, entre los grandes referentes mundiales de la economía, incluyeron oficialmente los términos “recesión psicológica” o “eurodepresión” en sus manuales. Sin embargo, la sensación de abatimiento, impotencia y descordinación ante la duración de la crisis de deuda soberana parecen haberse apoderado de la Unión Europea (UE).
Y es que los 17 socios del euro, y Europa en general, no acaban de superar el seísmo generado hace más de un año, cuando la inminente debacle económica de Grecia tuvo un efecto rebote sobre otros socios como Portugal o Irlanda.
Los últimos datos, que muestran un anémico crecimiento del 0,2 por ciento del PIB en la eurozona en el segundo trimestre del año, pusieron este martes nuevamente de manifiesto que la crisis resulta más difícil de superar de lo que se creía en principio.
“Desde la Comisión Europea no hay previsión de recesión, aunque el crecimiento (en 2011) será débil”, afirmaba esta lunes desde Australia el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, anticipando los datos conocidos este martes.
El esfuerzo del portugués por intentar restar gravedad al duro vaticinio de la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, sobre la posibilidad de una nueva recesión en Europa, quedaba un tanto difuminado en el aire.
Alemania y Francia, los dos principales motores de la construcción europea y las primeras economías de la eurozona, han dado muestras de que el poder de sus locomotoras económicas no acaba de arrancar.
Alemania creció apenas un 0,1 por ciento en el segundo trimestre del año (comparado con el 1,3 por ciento del primer trimestre), a pesar de las perspectivas positivas globales para 2011, y Francia quedó estancada, frente al crecimiento del 0,9 por ciento de los primeros tres meses del año.
¿Qué le pasa a Europa? Desde la última cumbre de la UE, del pasado 21 de julio en Bruselas, en la cual se intentó taponar la hemorragia del endeudamiento heleno con un segundo paquete de ayuda a Atenas por valor de 109 000 millones de euros, tras los 110.000 acordados hace más de un año por el bloque y el FMI, el mes de agosto ha sido como una montaña rusa, cargada de sobresaltos y malas noticias económicas para los líderes de los 27 socios comunitarios.
El epicentro de la preocupación vuelve a ser Grecia y el temor a que el país quede a la deriva y, a la postre, acabe entrando en una suspensión de pagos más o menos controlada por Europa y el FMI, una “reestructuración suave”.
El primer síntoma de que en esta compleja maraña quedan varios cabos sueltos, al margen del lenguaje diplomático forzosamente optimista de Washington o Bruselas, son las señales de divergencia entre los negociadores de la “troika del rescate”, los tres integrantes del equipo de expertos de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) y el FMI, que abandonaron el país heleno la semana pasada de manera anticipada.
Su misión, garantizar que Grecia se aprieta el cinturón hasta casi perder la respiración a cambio de más ayudas, está ahora en situación de espera, a falta de comprobar que el país mediterráneo cumple con sus compromisos a cambio de más oxígeno financiero que evite el temido “default”.
Alemania, que parece haber adoptado el papel de árbitro circunstancial de la crisis en la eurozona con la ayuda de París, reiteró este martes que no se concederá a Grecia el siguiente tramo del rescate (del primero) si Bruselas, el FMI y la entidad de Fráncfort no emiten un dictamen favorable sobre el compromiso heleno para hacer “sus deberes” de ajuste: privatizaciones y más recortes. Al comienzo del nuevo curso político en el Bundestag, Wolfgang Schauble, ministro germano de Finanzas y azote de los socios menos cumplidores del euro, lo dejó claro: no habrá más ayudas, si Grecia no cumple.
Al tiempo que reiteró la negativa germana a la emisión de “eurobonos”, que algunos líderes europeos consideran imprescindibles para salir del bache, junto al aumento de la cuantía y capacidad de préstamo del fondo permanente de rescate al euro (dotado actualmente con 440 000 millones de euros), Schauble recordó que la salida a la crisis pasa, en gran parte, por abrazar la “vía germana”: austeridad al cuadrado.
“Ayer (por este lunes) volvió a generarse desconfianza, y es un círculo que tenemos que romper entre todos. Tenemos que generar confianza, tenemos que integrar más Europa y resolver de una vez la cuestión de Grecia con ese segundo paquete de ayudas”, comentaba este martes la ministra española de Economía, Elena Salgado, a la emisora cadena SER, en referencia a las caídas generalizadas de los índices bursátiles sufridos ayer en toda Europa tras las declaraciones de Lagarde.
¿Será la solución un gobierno económico para la UE? Coordinar políticas monetarias y fiscales, bajo la égida de Bruselas o de Fráncfort, no agrada a todos, especialmente en Alemania, reticente a ceder soberanía, especialmente económica, después del “sacrificio” que supuso pasar del marco, referente de solidez, al euro, una moneda que esta ahora bajo la primera línea de fuego.