Una verdadera oda a la obesidad. A la gordura y al despilfarro. En eso se ha convertido el modesto emprendimiento que llevó, en 1949, a doña Evelyn Overton, a comercializar su celebrada receta del cheesecake. Como en los cuentos, la trabajadora mujer de Detroit, logró un imperio alrededor de su pastel, en el que embarcó primero al marido y luego a los hijos, en una de las cadenas más grandes de todo Estados Unidos: The Cheesecake Factory.Presente en 36 estados, solo en California tiene 32 locales. Hace 31 años que expandieron el negocio de los pasteles caseros a unos imponentes establecimientos, cuya carta tiene más de 18 páginas de especialidades, además de las bebidas y los tragos.Para comenzar, la sana y ordenada costumbre de presentarse ante el “anfitrión”, que tiene la misión de ubicar a los comensales. Una vez en la mesa y con la carta en la mano, se presenta el mozo y ofrece las bebidas. Mientras se elige, una sugerencia puede ser el infaltable guacamole con nachos. El daiquiri de fresa y la Coca Light llegan acompañados de una gigantesca porción de crujientes nachos’ con otra fuente en la que viene un pocillo de delicioso guacamole, otro de tomate con cebolla y otro de sour cream. Como para cinco personas con hambre. Aunque se haya pedido para dos.Luego llega la comida: Un burrito grande, esto es, una fuente enorme con un burrito tamaño king size, relleno de choclo, carne molida, trozos de pollo y verduras, gratinado con queso y con otra fuente en la que venía una porción de guacamole, tomate, sour cream y frijoles negros. Para una persona.Cuando ya se pide finalizar la apocalíptica ingesta, aparecen de la nada cajitas plásticas para acomodar lo que quedó y llevárselo a la casa (¡y se lo llevan!). Hay que probar, además, los postres: dos monumentales trozos de cheesecake de zanahorias y nueces y un key lime cheesecake. Con café.