Lo que está en juego en el este de Europa no es solo la integridad territorial de Ucrania, es la estabilidad de toda la Unión Europea (UE).
Las hábiles maniobras a través de las cuales Moscú pretende recuperar sus zonas de influencia históricas tienen con los nervios crispados a Occidente, que, impotente, ha tenido que ver cómo Rusia, en cuestión de días, le arrebató a Ucrania la península de Crimea, con el argumento de defender a las comunidades rusófonas, y cómo está impulsando procesos secesionistas en otras regiones ucranianas como Donetsk y Slaviansk.
“Los intentos de agresión del Ejército ruso en el territorio de Ucrania provocarán un conflicto en el territorio de Europa. El mundo no ha olvidado la Segunda Guerra Mundial y Rusia quiere desencadenar una tercera guerra mundial”, declaró el primer ministro ucraniano Arseni Yatseniuk.
Ucrania, consciente de su inferioridad militar frente a los 40 000 soldados rusos que bordean la frontera, ha ejecutado sin mucho éxito operaciones contra las milicias prorrusas, que se han tomado guarniciones militares y edificios públicos en unas maniobras que han llamado la atención por su rapidez y profesionalismo.
Es por eso que Washington está convencido de que detrás de estas tomas quirúrgicas está la mano de las fuerzas especiales rusas, como sucedió en Crimea. El paso siguiente, al igual que lo ocurrido en Crimea, es la convocatoria de un referendo secesionista en el que se da por descontado que las poblaciones de estas regiones, mayoritariamente rusófonas, le den el sí a la separación de Ucrania o den pie a la anexión de parte de Moscú. Occidente, cauto ante la posibilidad de desatar una guerra civil o un conflicto de escala mayor, está jugando la carta de las sanciones económicas, pero es poco lo que ha conseguido ante la apuesta mayor del presidente ruso Vladimir Putin.
Todo un desafío que Europa y EE. UU. de momento no tienen cómo enfrentar, pues la crisis económica de los primeros y la voluntad de Washington de liberar a sus tropas de conflictos, por ahora juega en su contra.
El secretario de Estado estadounidense, John Kerry, le advirtió a su homólogo ruso, Sergéi Lavrov, de lo inquietante que son los movimientos de sus tropas en la frontera, haciendo eco del temor de los ucranianos que ven en esa maniobras la antesala de una posible invasión.
Lavrov, por su parte, le pidió a Estados Unidos que haga lo posible por detener las operaciones contra los prorrusos.
Ucrania sabe que si hay un derramamiento de sangre de rusófonos le estaría dando razones al gobierno de Putin para invadir, igual que sucedió en el 2008 en Abjasia y Osetia del Sur, dos pequeños territorios de Georgia, ahora reconocidos por Moscú.
La crispación ha llegado a tal punto que países como Suecia, que con el paso de los años han disminuido sustancialmente sus presupuestos militares, están planteando aumentarlos ante la amenaza que ven en el expansionismo de Putin.
Finlandia, por su parte, estudia la posibilidad de ingresar a la OTAN, algo que no se da de la noche a la mañana.
Sobre el terreno, las tensiones subieron ayer. Ucrania puso sus fuerzas armadas en estado de alerta máxima para impedir una propagación de la insurrección prorrusa a otras regiones potencialmente en la mira de Rusia, anunció el presidente ucraniano interino Olexandre Turchinov. “Nuestro primer objetivo es impedir que el terrorismo se extienda de las regiones de Donetsk y de Lugansk a otras regiones”.
Kiev reconoce la pérdida de control en el este de Ucrania.
Hay intentos de desestabilizar la situación en Jarkov, Odesa, Dnipropetrovsk, Zaporijjia, Jerson y Mykolaiev”, recalcó Turchinov. Estas ocho regiones, puestas juntas, constituirían un ancho arco de territorio contiguo a Crimea y Transnistria (región separatista de Moldavia) que Rusia controla ya de facto.
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