Eugène Ionesco, Samuel Beckett o Harold Pinter, si aún vivieran, hubiesen hallado un filón inexplotado en los países de la región en los cuales el neopopulismo ha enarbolado sus pendones.
Los máximos referentes del teatro de lo absurdo con seguridad hallarían múltiples motivos e inspiración. Uno de los más recientes (que, sin duda, no será el último) es la iniciativa del Mandatario de Venezuela, quien suele hablar con los pajaritos (y este es otro de los insumos), de recoger 10 millones de firmas, para enviárselas a Barack Obama. El propósito de la recogida de rúbricas es solicitar al Presidente de EE.UU. la derogatoria de un decreto que sanciona a siete funcionarios venezolanos y declara a la República Bolivariana como “una amenaza para su seguridad”. El decreto resulta controversial porque Washington aún no ha presentado evidencias que lo justifiquen.
Nelson Bocaranda, el periodista venezolano que dio la primicia sobre el cáncer que se cobró la vida del expresidente Hugo Chávez, ha resumido bien la inutilidad de la gestión. “Sin ser adivino, cualquier persona sabe que ni Obama ni su gobierno le pararán bola a la campaña para que anule el decreto ejecutivo”.
¿Qué explica los ‘chascos’ que protagoniza el heredero de Chávez cuando se sube a las tablas de su teatro del absurdo? La respuesta quizá se halla en el manual de propaganda que trae el sello de Joseph Goebbels. Este dice: “Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”.
Un primer efecto, al menos temporal, de la tesis del ‘gurú’ nazi se percibe en Venezuela. Ahora se habla tanto o más de las firmas que de la escasez de harina pan, aceite, papel higiénico, etc., o de las presuntas cuentas de jerarcas chavistas en bancos extranjeros.
En otras zonas del eje bolivariano, se desvía el foco de atención de las crisis con motivos más sutiles que la recolección de firmas.