El presenciar, en su niñez, cómo un río se secó por los efectos del calentamiento global, marcó para siempre la vida del quiteño José Vivanco. En esos años, su convicción por el cuidado de la naturaleza comenzó a germinar.José viajaba continuamente a la localidad agrícola de Ulldecona (Cataluña-España) para visitar a sus familiares, pero nunca se imaginó que en esas travesías iba a forjarse como ecologista. Ahora, a sus 23 años, su vida gira en torno a la protección del planeta.
Y lo hace oponiéndose al consumismo. Para eso, emplea tres estrategias alternativas de vida, basadas en la mínima utilización de recursos, el transporte ecológico y la vivienda como un derecho indispensable para todos.
Quienes, al igual que José, creen en esta forma de vivir son llamados ‘freegans’. Esta tendencia surgió en los Estados Unidos a inicios de la década de 1990 y paulatinamente ha ganado seguidores de todas las latitudes. José se considera un ‘freegan’, pero adaptado a la realidad ecuatoriana.
Pese a que varias personas lo han calificado como extremo en su proceder, este estudiante de Arquitectura no se amilana en su posición. A su juicio, el ser responsable con el cuidado de la naturaleza es un compromiso, independientemente de todo lo demás: clase social, ocupación, edad, creencias religiosas, etc.
Al observar su casa desde afuera, ubicada en un barrio residencial del norte de la capital, nadie se imaginaría que una persona que reside allí llevaría cosas viejas que encuentra en la calle para reciclarlas. De hecho, los domicilios de la misma cuadra donde vive son grandes, de finos acabados y unos autos lujosos yacen afuera.
Sin embargo, al ingresar a su casa, el panorama de lo que hay afuera cambia radicalmente. Desechos de papel, cartón, plástico, vidrio, madera, alambres y una máquina de coser vieja están apilados en la sala. Para sus clases, en la Universidad Católica de Quito, fabrica las maquetas, obviamente, con materiales reciclados.
A una plancha de madera de 120 x 75 centímetros, de las que se utilizan para fabricar cajas, la transformó en una mesa de dibujo para trazar planos. Debajo de esta hay tres basureros en los que clasifica los desechos orgánicos e inorgánicos.
Una estructura vieja de madera es el recipiente para sus lápices u otros objetos; una computadora antigua y una pequeña radiograbadora son, según José, la prueba de que para vivir no es necesario adquirir cosas nuevas o de última tecnología.
En el patio, junto a la chimenea, un baúl llama la atención de los visitantes por su tamaño y peso. “Lo encontré en la calle y lo traje para guardar cualquier cosa. Lo reparé y le puse ruedas para que sea más funcional”, dice mientras señala el jardín con orgullo.
En medio de árboles y plantas ornamentales, tiene un pequeño huerto con papas, zambo, fréjol, pimiento, taxo, uvas, tomate de árbol, un ciruelo y un platanal. ¿Un platanal en el clima de Quito? “Es posible –comenta– siempre y cuando se trate a la planta con amor y con cuidado”.
José trata de no comprar ropa nueva. La que usa es de segunda mano o adquirida en promociones. Su anhelo es confeccionar su propia vestimenta mediante la máquina de coser que tiene en la sala. “Me gusta porque es de pedal y no consume electricidad”.
“Todo sirve, nada se desperdicia” es su lema de vida. Por eso, los alimentos que prepara y sobran jamás son tirados a la basura; pues los consume hasta que se terminen. Por ejemplo, si preparó una sopa y han pasado algunos días, la vuelve a cocinar añadiéndole nuevos ingredientes.
Si consigue las sobras de alimentos de otras personas, las come sin ningún problema. Está convencido de que evitar el desperdicio es una de medida eficaz de combatir el consumismo.