Gabriela Paz y Miño,
Para Siete Días
Tenía cinco años cuando, de la mano de un tío muy querido, cruzó el umbral de una de las puertas del estadio Maracaná, que entonces podía albergar a 200 000 almas. El Flamengo y el Fluminense protagonizaban, ese día, uno de los clásicos del fútbol brasileño. La alegría, el bullicio, la pasión y la majestuosidad del escenario lo sobrecogieron.Era el año 62 y el país de origen de su madre andaba de cabeza por el fútbol (un poco más de lo normal), pues había ganado un Mundial y estaba por ganar el segundo. “Si a los cinco años te pasa algo así, no te queda más remedio que volverte fanático: uno, del fútbol, y dos, del Brasil”, dice Pablo Lucio Paredes, analista económico y apasionado futbolero. Tan apasionado que, en su formalidad, es capaz de posar con la camiseta de la Selección brasileña (porque este año no se clasificó Ecuador) y con una pelota, para mostrar que en estos días, lo único que le importa es el fútbol.
Se dice de usted, que cada cuatro años se vuelve loco’
Absolutamente. Yo organizo toda mi vida en función del Mundial. No trabajo, salvo cosas básicas. O trabajo en las noches. Tengo una columna en El Universo, todos los días. En el Mundial anterior, junto con mi hijo, que entonces tenía 11 años, teníamos un programa de radio.
Todo pasa a segundo plano.
Sí, pero es cada cuatro años. El más difícil fue el Mundial del 2002. Los partidos eran a la madrugada. Yo veía el primer tiempo, me dormía 15 minutos y veía el siguiente tiempo. Después había una media hora antes del siguiente partido y aprovechaba para dormirme otra vez. Dormía por “pedazos”.
¿Cero productividad al siguiente día?
No, porque trataba de ser más productivo.
¿Y ahora?
Bueno, ya comenzamos a organizarnos en familia.
¿Por qué no fue al Mundial?
Pues no he ido a ninguno. Al que sí tengo que ir es al de Brasil. Toco madera (y la toca). Primero, porque es Brasil, está cerca y tengo familia brasileña. Si no voy, me sentiría frustrado.
¿Y por qué no ha ido?
Por maleta. En el Mundial del 98, tenía entradas para las semifinales y para la final, compradas por Internet y, al final, las vendí. Para Alemania también compré las entradas. Un año y medio después, no fui.
Sinceramente: cuando está imbuido en las emociones de un partido del Mundial ¿le importa la desdolarización?
No me importa para nada. Además, tenemos la esperanza de que nada grave suceda este mes.
Y hablando de eso, si tuviera que calificar a Rafael Correa como entrenador ¿qué calificación le pondría?
Tan malo como Maradona (risas). Por suerte el Ecuador es un equipo con buena gente, que hace las cosas bien. Entonces por más malos entrenadores que tenga, le va a ir bien’ que es lo mismo que va a pasar con Argentina en este Mundial.
¿Se pueden extraer lecciones de economía de un partido de fútbol?
Albert Camus, que además era arquero, decía que las principales lecciones que él aprendió de la vida se dieron en los camerinos de fútbol. Yo creo que un deporte colectivo te enseña muchísimo. Trabajar en equipo, la estrategia, cómo mirar a los adversarios’ Para mí el fútbol ha sido útil porque yo, aunque no parezca, era un muchacho muy tímido, y el fútbol me sirvió para relacionarme.
¿En qué posición jugaba?
Bueno, como en casi todo, me han ido retrocediendo, hasta sacarme de la cancha.
Usted tiene una elaborada teoría sobre fútbol y globalización. ¿De qué se trata?
Todo lo que sucede en la economía globalizada, sucede en el fútbol. Nosotros vendemos productos básicos a un valor no muy alto. Mandamos a Europa nuestra materia prima y ellos transforman nuestros productos. Por ejemplo, al cacao lo convierten en chocolate. En el fútbol sucede eso, los europeos nos compran futbolistas a precios relativamente bajos y luego, en los grandes equipos, ellos se convierten en valores mucho más altos. De cierta manera se enriquecen con nuestra “materia prima”. Tenemos que buscar medios para que eso cambie.
Esta pasión no lo abandonó ni en la Asamblea, ¿no?
Era la final de la Liga contra Fluminense. Llegamos con Alberto Acosta a un acuerdo. Yo le dije: “Te voy a traer el calendario de los partidos de la Liga para que, por favor, no pongas reuniones esas tardes”. Como la gente se le empezó a escapar para los partidos de la Liga, Alberto se dio cuenta de que lo sensato era hacer eso.