Adjunto Barricadas y hogueras. La imagen de los días previos a la fiesta del fútbol muestra un Brasil tenso. Las protestas sociales, a poco tiempo de la cita futbolera universal recuerdan las manifestaciones de días antes de la visita del papa Francisco a Brasil. Las manifestaciones se encienden con fuerza en varias ciudades donde en menos de un mes se prenderá el Mundial.
Es todo un contraste en el país del fútbol, donde la samba y la alegría son marca de fábrica del ‘jogo bonito’, donde el regate y la finta exhiben la belleza estética en contraste con la fortaleza de otras propuestas tácticas del balompié, los sectores populares, cultores de la religión laica, sean aquellos que muestren su descontento y lo hagan con fuertes expresiones de repudio al derroche en la organización del Mundial.
La falta de trabajo, vivienda y oportunidades exhiben con crudeza una realidad que el oropel no puede tapar. Muchos analistas critican la ilusión y hablan de un espejismo sobre el éxito del modelo social de los presidentes Lula y Dilma. Bastaría leer un duro artículo de Alejandro Tagliavini en El Tiempo de Bogotá para poner en perspectiva esa visión de un proceso cubierto de propaganda que incluso tapó el escándalo de corrupción bautizado de ‘mensalao’.
También se cuestiona lo que pudo ser un espejismo de la inclusión del gigante sudamericano en la élite de los países con economías emergentes: Los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
Pero el Mundial llega con los mejores equipos de todos los continentes. El compromiso del Gobierno con la FIFA no puede sino advertir que las imágenes de fuerzas de seguridad protegidas con cascos, escudos y toletes serán algunas de las fotos del Mundial 2014. Pronto con la fiesta del fútbol y el barullo ahogaremos el llanto de las familias de los ocho obreros que murieron en la construcción de los estadios, unos templos que jamás pisarán los millones de pobres de Brasil. Ese llanto no lo podrán ocultar los estrambóticos ingresos de las estrellas del ‘futebol’.