Pese a que su aspecto -plateado, blando y liviano- no llama la atención, el litio podría ser una cura para la adicción mundial al petróleo por su papel en la fabricación de baterías, una perspectiva que puede generar importantes ingresos a países como Bolivia o Afganistán.
Bolivia cuenta con una fabulosa reserva de ese metal, estimada en 100 millones de toneladas, en el salar andino de Uyuni, el desierto salino más grande del mundo, de unos 10 000 km².
La semana pasada, un estudio de geólogos estadounidenses dio a conocer que Afganistán tiene casi un billón de dólares en reservas minerales sin explotar, incluyendo litio. Según el Pentágono, Afganistán -devastado por décadas de guerra- podría convertirse en la “Arabia Saudita del litio”.
Las compañías mineras y tecnológicas llevan mucho tiempo mirando con avidez el litio.
El litio es un componente de las baterías recargables, usadas por los teléfonos y las computadoras portátiles, así como para los soportes informáticos militares y médicos. Empero, el interés por este metal se centra ahora en su uso para el funcionamiento de carros eléctricos e híbridos, un mercado en el cual se espera una explosión en los próximos años.