El Señor de los Milagros es presentado durante el recorrido por las calles de Lima, en Perú. Foto: EFE/Paolo Aguilar
Ni la modernidad ni el rápido crecimiento de la ciudad ni el aumento de las iglesias evangélicas o el agnosticismo han ocasionado que Lima deje de vestir de morado en octubre para honrar a su patrono, el Cristo Moreno.
Cuatro días, en cada octubre, más de un millón de personas sale a las calles para seguir el recorrido de la imagen sagrada, a la que se atribuyen multitud de milagros.
La metrópoli de nueve millones de habitantes se paraliza, pues quienes no participan de la procesión también se ven afectados por problemas como la congestión de tránsito en arterias estratégicas. 18 grupos de hombres fornidos, entre los que predominan los de avanzada edad y ancestro africano, se turnan para llevar sobre sus hombros durante horas una estructura que pesa unas 2,5 toneladas y que incluye grandes porciones de oro, plata y piedras preciosas.
En el centro del anda se yergue la imagen del Cristo Moreno, también llamado Cristo Morado, Señor de los Milagros, Cristo de Pachacamilla o Señor de los Temblores, pintada en un lienzo en imitación a lo que dibujó en el siglo XVII un esclavo angoleño que pasó a la historia con el nombre castellanizado de Pedro Dalcón.
Fue con Dalcón que comenzó la historia: Los angoleños, esclavos poco apetecidos por su supuesta tendencia a enfermarse, conformaron una cofradía de negros cristianizados que se juntaban en una zona llamada Pachacamilla, en lo que hoy es el centro de Lima, para orarle a su nuevo dios, aunque sin dejar de lado prácticas ancestrales.
El esclavo, que pintaba sin haber recibido jamás instrucción, graficó en 1651 sobre una endeble pared de adobe del local una imagen de Cristo crucificado.
El dibujo hubiera permanecido anónimo si no fuera porque en 1655 un terremoto derribó todos los muros de construcción modesta de Lima, con excepción de aquel que mostraba a Jesucristo.
La devoción nació, básicamente en torno a negros y entre miradas reprobatorias de la Iglesia Católica. Cuenta la leyenda que incluso los poderosos contrataron a un pintor indígena de brocha gorda para que borrara la imagen, pero este quedó paralizado cuando intentó hacerlo.
El agradecimiento por los primeros supuestos milagros creció aún más cuando Lima fue de nuevo destruida por un terremoto en 1687, y una vez más, en medio de los escombros, quedó erguida la imagen de Cristo con el humilde muro indemne.
Ante la desbordada devoción popular, la Iglesia tuvo que reconocer al Cristo Moreno, que fue declarado patrono de Lima, encargado sobre todo de proteger a la ciudad de los terremotos.
La costumbre de sacarlo a las calles data de la década de 1940. Al Cristo, ya morado por el hábito de las monjas que lo cuidaban, se le dedicó octubre como su mes.
En principio los recorridos se limitaban al centro de Lima, pero en los últimos años llegan también a barrios periféricos en circuitos que tardan incluso más de un día en cubrirse. Algunas costumbres han decaído, como la de que las mujeres vistan todo octubre con el hábito morado atado, o los hombres lleven la corbata o algún distintivo del mismo color.
Eso casi no se ve, pero sí las calles adornadas con elementos morados, en especial las elegidas para recibir la visita del patrono. Los afroperuanos tienen un espacio central en la devoción. Incluso Alianza Lima cambia durante este mes el azul de su uniforme por el morado.
Pero la devoción está extendida por todos los sectores humildes, que piden por la salud y por la solución de los problemas económicos.
Las costumbres cambian en una Lima cada día más moderna, pero octubre sigue siendo un reencuentro con la magia del encuentro con aquel dibujo que salió de la mano de un esclavo para convertirse en una referencia de espera de tiempos mejores