Comer o no comer perro, esa es la cuestión
Hace pocas semanas en Pekín, la Asamblea Nacional Popular -la sesión parlamentaria anual en China- fue el escenario en el cual un grupo de activistas y expertos legales presentó un proyecto de ley que ha levantado polémica, porque acabaría con una costumbre milenaria: el consumo de carne de perro y de gato.
La propuesta de ley prohíbe la venta y el consumo de carne de perro y de gato, normal en varias zonas del país. En el noreste y en el sur de China, las carnes felina y canina hacen parte del menú, y los restaurantes que ofrecen sopa de perro son populares en invierno, gracias a la noción generalizada de que esta ayuda a conservar la temperatura corporal.
Perros y gatos listos para ser vendidos por kilo son una escena común en los puestos de mercado de Guangzhou, a menos de dos horas de Hong Kong. Y en varias zonas de China hay un negocio establecido de granjas en donde se crían perros para consumo.
Según reportó el año pasado un periódico chino, solo en la provincia de Guangdong se consumen 10 000 gatos por año.
Estoy segura de que muchos lectores encontrarán la idea de comerse a los mejores amigos del hombre inmoral e inaceptable. Poner a los perros y a los gatos en la cadena alimenticia parece una especie de canibalismo, pero desde un punto de vista racional, uno podría decir lo mismo sobre comer vaca, cerdo o pollo.
¿Qué justifica que unos animales tengan más privilegios que otros? ¿Por qué está bien comer cordero, pero es indebido comer ballena? Por supuesto que nunca comí perro o gato, porque la idea me repugna, pero antes que volver ilegal una costumbre que a los occidentales nos parece bárbara, pero que a muchos chinos les parece natural, habría que legislar sobre la crueldad con que se tratan y se abate a los animales destinados al consumo humano o a la fabricación de remedios y cosméticos.
Y no se trata solo de China, sino también del resto del mundo. En el caso de China, si hubiera legislación contra la crueldad animal no existirían casos como el de los osos negros -también conocidos como tibetanos- que son capturados y enjaulados de por vida hasta que ‘los granjeros’ les extraen hasta la última gota de bilis que producen, bajo la creencia de que esta tiene poderes medicinales.
Volviendo al consumo de gatos y perros, no niego que la idea es perturbadora desde la óptica occidental, pero los autores del proyecto de ley en China y los que lo ven con buenos ojos están siendo moralistas. En el fondo, si uno quisiera ser realmente consecuente, tendría que volverse vegetariano.