Desde noviembre pasado, María Valencia mira con recelo la ladera a cuyo pie se levanta su casa de dos plantas. La suya, la número 66-64, es la primera de la hilera de viviendas que, a manera de una multicolor colmena, se han edificado en el cerro Quitasol, en la parte alta del barrio de Niquía.
El lugar está en el noroeste del municipio de Bello, el más afectado por el invierno, en el departamento de Antioquia (noroeste de Colombia).La mujer, quien reside en el sitio con sus cuatro hijas, recuerda que el 11 de noviembre, una parte de la ladera se vino abajo, cubrió un tramo de la vía que separa su casa del cerro. Un grupo de militares y cuadrillas de operarios llegó al lugar más crítico. Lo hizo con maquinaria para retirar el material arrastrado por el alud, que bloqueó la única vía de acceso a la barriada y que ingresó en algunos domicilios situados a lo largo de la calle llamada 37A.
A la 01:00 de ese viernes, los lugareños salieron apresuradamente a la calle empujados por el temor de que el deslave sepultara sus casas. “Nos dio mucho miedo. Volvimos a los dos días, dice en voz baja la ama de casa.
Desde entonces, cada vez que llueve, ella tiene el alma en vilo, dice, en especial cuando siente los crujidos de las ramas de los árboles, algunos de los cuales fueron cortados de raíz por un hundimiento que atraviesa la ladera contigua. A unos pocos metros de ahí, en el extremo de la 37A, en un improvisado botadero de basura, que se desparrama ladera abajo, los gallinazos se disputan los desperdicios vorazmente.
Jorge Montoya se asoma a la ventana de la segunda planta de la vivienda de Valencia, donde reside con su familia. El conductor de un taxi comparte los temores y se lamenta que, por más que quisiera, él y su familia no tienen a dónde ir y se ven precisados a vivir con el peligro tocando casi a diario su puerta. Y advierte que las autoridades locales han dejado de lado los peligros de la grieta que se ha formado en la ladera.
“Más atención se da a lo de la Calle Vieja”, sostiene el hombre que vive aquí 20 años, en referencia a la avalancha del pasado 5 de diciembre, que sepultó 35 viviendas y mató a 86 personas, en la barriada de La Gabriela, que se alcanza a divisar desde Quitasol.
“Siempre que cae un aguacero, aquí estamos con miedo”, resume el hombre de bigote cano. Metros más adelante, un gallinazo levanta vuelo, cerca de un árbol que en cualquier momento puede desplomarse sobre la calzada.
Una escalinata conduce hasta las moradas de un barrio en el cual conviven con el peligro unas 3 000 personas. Escalones abajo, en el número 66-58, reside Ancísar Cifuentes con su familia.
El operario de maquinaria pesada también lamenta que parte del cerro se ha venido abajo dos veces y que las cuadrillas del Municipio local solamente han retirado los montones de tierra que bloquearon esta vía.
“Este problema debe ser resuelto con el terraceo de la ladera”, comenta el hombre que llegó aquí hace tres lustros y que calza unas sandalias negras. Al igual que sus vecinos, señala que no tiene más alternativa que permanecer en esta barriada donde el temor, que ha echado raíces, se expande cada vez que llueve.
La cifra de muertos por las lluvias en Colombia subió a 303, según el reportes más reciente de la Cruz Roja Colombiana. En tanto que los damnificados en 707 municipios afectados por el severo invierno superan los 2,2 millones. Los desaparecidos son al menos 268. El Gobierno ha cifrado en al menos USD 5 000 millones los daños causados por las inclemencias del tiempo.
La ola invernal, que se agudizó a partir de septiembre pasado por la presencia del fenómeno de La Niña, asimismo, ha destruido totalmente 3 340 casas. 316 360 han resultado dañadas parcialmente.