Las mujeres de San Vicente de Tablillas, en Guamote, se reúnen para tejer prendas con fibras de alpacas. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
Las mujeres de Guarguallá Alto, una comunidad de Guamote, son minuciosas al tejer. Sus manos son ásperas y tienen ampollas por los trabajos que hacen a diario en el campo, pero se mueven con agilidad al usar los agujones y crochés.
Las prendas que manufacturan en la casa comunitaria se comercializan en diferentes mercados del país. También venden fibras y abono de las alpacas que crían en los páramos de la comunidad, situada a dos horas de Riobamba.
Ellas son las liderezas que promueven el desarrollo en su comunidad. Antes de organizarse para el proyecto, las mujeres dependían únicamente del trabajo de sus esposos y de los escasos ingresos que obtenían con la venta de leche y la siembra de legumbres.
El emprendimiento comunitario cuenta con el apoyo de la organización World Vision Ecuador, y el objetivo es incrementar los ingresos para mejorar la economía familiar y empoderar a las mujeres.
La idea de emprender con alpacas surgió en los talleres de desarrollo potencial que reciben los niños de las comunidades. En esos cursos, ellos aprenden cómo ser líderes y diseñan sus proyectos de vida.
“Muchos de los proyectos incluyen a su comunidad. Con ellos analizamos la situación ambiental y ellos nos propusieron un emprendimiento que también es sustentable para el ambiente”, explica Gabriela Becerra, directora de comunicación de la ONG.
Las 161 madres de los pequeños también se formaron para convertirse en liderezas. Ellas recibieron capacitaciones donde aprendieron a tejer prendas de alta calidad, diseñadas para atraer a los turistas extranjeros.
También aprendieron cómo manejar la economía familiar y el negocio comunitario. Y en talleres complementarios les enseñaron sobre nutrición adecuada para sus hijos y una metodología denominada crianza con ternura, para erradicar la violencia doméstica.
“Emprender este negocio ayudó a nuestras familias. Ahora podemos comprar cuadernos y lápices que los niños necesitan; también nos abastecemos de alimentos”, dice María Mañay, presidenta de la organización de mujeres.
Las mujeres de Guarguallá Grande se asociaron para comercializar fibras y abono de las alpacas. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
El proyecto se inició en el 2016 en Guarguallá Alto, en San Vicente de Tablillas, Rayo Loma y Cotojuan, comunidades de Colta y Guamote. En esa época, técnicos de World Vision hicieron un estudio que mostró la vulnerabilidad de las cuatro comunidades que hoy participan en el emprendimiento.
“Había poca empleabilidad, depredación de los páramos, las condiciones de vida eran difíciles y los niños estaban en una situación de desnutrición. Por eso las seleccionamos para el proyecto”, explica Becerra.
“Nuestra vida ha cambiado. Antes los hombres eran los únicos que podían contribuir al hogar y a nosotras nos tocaba el cuidado de los hijos y de los animales domésticos. Ahora nosotras también generamos dinero”, dice María Tenemaza, otra socia.
Las mujeres de San Vicente de Tablillas también forman parte del emprendimiento. En esa comunidad situada a 3 600 metros de altura, en la cumbre de un cerro, hay 32 socias.
Ellas están dedicadas a mejorar la calidad de sus tejidos para atraer la atención de nuevos clientes. Para lograrlo se reúnen dos veces a la semana en el centro comunitario.
“Las puntadas son difíciles y aún no nos salen del todo bien, pero queremos lograr tejidos perfectos para que nuestra ropa se venda”, cuenta María Inga, presidenta de la Asociación de Tejedoras.
Para ella, convertirse en líder de la iniciativa es uno de los logros más importantes de su vida, y también un desafío para el que requirió prepararse.
“Los hombres siempre han sido los líderes. Las mujeres no hablábamos y nuestra opinión no se escuchaba, pero hoy somos nosotras las que llevamos el mando en varios proyectos de la comunidad”, dice Inga.
En San Vicente de Tablillas hay unas 160 alpacas. La asociación comercializa cada kilo de fibra de los camélidos a USD 2 y en cada esquila obtienen entre 70 y 80 kilos.
Los compradores son hilanderías de Quito y Guano. El dinero que obtienen por cada venta se reinvierte en mejoras para la comunidad y en el cuidado de los animales.
“Confiamos que la venta de la ropa mejorará aún más nuestros ingresos. Ahora nuestros ingresos dependen de la venta de las fibras y pies de cría. Queremos convertirnos en los alpaqueros más importantes de Chimborazo”, dice Inga.