Se salió con la suya. Todas las dudas que flotaban en el ambiente quedaron absolutamente despejadas con la clausura de Teleamazonas.
Peor si la discrepancia venía de sus propias filas. Habría sido algo imperdonable para sí mismo, una lacra insoportable de llevar por el resto de la vida. Era imposible que se allanara a esa regla básica de la democracia que es el disenso. Por eso pegó el tiro bajo la línea de flotación, no de uno, sino de tres objetivos.
El primero eran los medios de comunicación en general. Durante meses había venido convirtiendo a ese canal de televisión en una de las cabezas visibles (las otras son El Universo, Vanguardia y La Hora), pero como lo dijo en el discurso de la segunda posesión, el conjunto de todos ellos era el enemigo. En ese sentido, la clausura es una advertencia de lo que puede venir si a alguien se le ocurre discutir sus verdades absolutas o, incluso, si tan solo siguen opinando como les manda su conciencia. El mensaje señala claramente que el contenido de los medios deberá apuntar siempre a reafirmar la infalible palabra.
El segundo objetivo del misilazo fue el acuerdo que, en torno al proyecto de Ley de Comunicación, se había concretado en la Asamblea. Aparentemente (solo aparentemente, porque siempre hay que dudar de esas personas a las que se les engarrotó el dedo por tenerlo levantado aun antes de la magna orden), algunos díscolos integrantes de su grupo habían acordado eliminar los aspectos más represivos de la futura ley y, lo que es peor para la majestad del ego, mantener ese acuerdo aun cuando se produjera el más que probable veto de parte del colegislador. Prevenido de que eso pudiera suceder, pegó primero y por eso pegó dos veces: la una en los propios y la otra en los ingenuos que creyeron que un acuerdo era posible. Los dos pájaros cayeron como era previsible. Con eso se demostró que no hay campo para acuerdos, que la revolución marca un límite claro entre los que son y los que no son.
De aquí en adelante, a los que no les guste que se vayan y que les vaya bonito.
El tercer objetivo alcanzado por el misil fue Alianza País, que estaba a punto de olvidar que su origen se remonta a Montecristi y que las cosas no pueden ser diferentes. Este es un recordatorio de que la hoja de ruta se mantiene y que nadie -excepto un traidor- puede apartarse de ella. Volvió a marcar el territorio, estableció los márgenes, señaló los límites, advirtió a los réprobos (conste que el lenguaje religioso no es una casualidad). Les puso entre la espada y la pared, de manera que quien salga a opinar –no se diga a protestar, que es algo imposible e improbable– automáticamente pasará a engrosar las filas de los enemigos. Los del brazo alzado están obligados a hacer piruetas para justificar su permanencia junto a quien tiene la última palabra y la verdad absoluta. Eterna.
Tomado de Diario El Universo