Redacción Cultura
Sheyla Bravo siempre fue el mejor personaje de sí misma. Ataviada de invariable negro, con sus grandes sombreros y su maquillaje, pululó por la vida cultural y literaria de la capital por más de 30 años.
Eventualmente aparecía algún breve poemario o algún furtivo libro de cuentos que acrecentaba su fama de poeta fascinada por un erotismo irreverente.
Sin embargo, también ha dejado correr su pluma por terrenos como el esoterismo.
Hoja de vida
Sheyla Bravo V.
Nació en Quito en 1953. Desde los 17 años se ha dedicado a la literatura.
Es coautora y compiladora de la antología de poesía erótica femenina ‘La voz del Eros’.
Ha sido miembro de la Sociedad Ecuatoriana de Escritores. Prepara la autobiografía ‘Yo, el mito, personaje con textos’.
De ella se sabía, o se decía, que siempre estaba escribiendo y que tenía una voluminosa obra poética inédita. El año pasado por fin se publicó esa obra con el sello editorial Manthra, de su hermana Leonor. Son seis tomos que constituyen una especie de revés poético de una vida intensa. Ahora, reducida a su cama por una artritis, cuenta los avatares que llevaron a esa publicación.
¿Por qué decidió publicar recién su poesía?
Es una historia larga. Siempre escribí. Cuando tenía 16 años me expulsaron del colegio y me salí de la casa. Unos amigos me publicaron un librito que se llamaba ‘Yo, mujer’ y que me deparó una fama inusitada a los 17 años.
¿Desde allí ha hecho usted una carrera profesional?
Nunca he tenido la idea de escribir profesionalmente. Yo soy autodidacta a mucho orgullo. Ni antes ni después de que me expulsaron estudié. Sin embargo, la poesía siempre fue para mí como una compañera o una hoja de ruta. Todos mis poemas son como pequeñas autobiografías.
¿Y cómo se ha llevado con la técnica literaria?
No he tenido técnicas. He escrito como me ha salido. Me gusta la poesía sencilla. Mis temas salen de mi propia vida y he escrito tanto sobre la muerte porque siempre la he tenido bien cerquita.
¿Por eso va siempre de luto?
Tengo conciencia de que más que poeta he sido un personaje. Estoy escribiendo mis memorias, no si algún día termine…
¿No es un poco pronto?
La muerte conmigo siempre ha sido muy amorosa y en varias
ocasiones la he sentido muy cerca. Uno nunca sabe cuándo es demasiado pronto. Tengo una naturaleza de personaje desde el nacimiento, no sé por qué. Mi historia se ha tejido con varias anécdotas del mundillo cultural de Quito.
¿Como sus romances?
Juré que no me iba a casar y lo primero que hice fue casarme. Tuve maridos famosos, Ramiro Jácome, Héctor Napolitano y así he tenido algunos (sonríe).
¿Cuántas páginas tendrá?
Tengo como 500 páginas escritas, a mano y a máquina, y no voy ni por la mitad. Tengo tantas cosas acumuladas…
¿Se siente cómoda con la etiqueta de poeta erótica?
Me encasillaron así y luego si llegaba con un libro de poemas a Dios iba a quedar como una loca. Pero la verdad es que tengo un poemario para mis hijas, dos dedicados a la búsqueda espiritual… El mismo erotismo es más amplio que el mero acto carnal, también es una actitud de vida, es una relación sensual con la realidad.
¿Le gusta ser su propio personaje?
Siempre me ha gustado ser un personaje. Uno de mis mayores pecados ha sido la vanidad (hace una pausa para que pase el fotógrafo, maquillarse y contar que ha pasado la noche en vela porque acaba de escribir un cuento que la atormentaba).
¿También escribe cuentos?
Ahora escribo solo eso. Creo que ya pasé la hoja en la poesía. Lo único que me faltaría es escribir épica y eso sí que no me sale.
¿Es una ruptura oficial?
Mi relación con la poesía ha sido vital. Quizá un poco como un drama, como una relación de amor, en la cual lloro, sufro, me enojo y ella igual. La poesía también ha sido una tirana.
¿Con la publicación terminó esa tiranía?
Al fin me decidí a publicar cuando me enfermé terriblemente en 2008. Creí que me iba a morir. Yo nunca me he sentido lista para publicar. Pero como pensé que era mi hora le di los textos a mi sobrino Jerónimo para empezar el trabajo de la edición.
¿Fue un presentimiento?
Sí, un poco también. A lo largo de los años hice amistad con el poeta Jorgenrique Adoum, de cuya hija Rosángela yo fui compañera en el colegio. Él siempre me preguntaba que cuándo iba a publicar y yo le decía que ya mismo y que ya mismo. Pero un día me cogió el presentimiento de que Jorgenrique se iba a morir y quise publicar para dárselos.
¿La muerte también es un poco autora de sus poemas?
Siempre he tenido una relación cercana con ella. A la muerte muchas veces la he visto sentada aquí al borde de mi cama. Lo digo en serio. La veo literalmente.
¿Y cómo es?
Creo que su imagen es también un arquetipo cultural, entonces la veo como nos la dibujan.
¿Con capucha y guadaña?
No, sin guadaña. Conmigo siempre ha sido muy amorosa y en momentos fundamentales de este cuerpo extrañamente conmocionado que ha sido el mío ha estado muy cerca de mí.
¿Le tiene miedo?
Miedo, miedo no. Digamos que mi cuerpo ha sentido miedo pero no mi conciencia.