Manuel Zelaya, que se refugió en la Embajada de Brasil en Tegucigalpa, aseguró a la cadena británica BBC que él y los que le acompañan en esta sede diplomática viven bajo condiciones de “tortura física y amenazas”.
“Han regado gases tóxicos y tienen cercada la embajada para que entre lo mínimo de alimentos y lo mínimo de servicios públicos”, aseguró el Mandatario destituido de Honduras.
Zelaya, además, declaró a la radio guatemalteca Emisoras Unidas de Guatemala que el ataque con bombas lacrimógenas contra la Embajada de Brasil del lunes, a manos de las fuerzas de seguridad hondureñas, pretendía obligar su salida para darle muerte. “Hemos sido bombardeados con gases lacrimógenos, nos hicieron entrar en ‘shock’ respiratorio porque las bombas cayeron dentro de la
Embajada con el fin de provocar nuestra salida, y, lógicamente, (ejecutar) un magnicidio”, señaló.
El alojamiento otorgado por Brasil a Zelaya en su Embajada en Tegucigalpa constituye un elemento inédito en la tradición diplomática brasileña y abrió un debate entre expertos.
“Recibir no legalmente a alguien sin asilo político significa una injerencia brasileña en asuntos hondureños, algo que es contrario a la doctrina brasileña de no intervención y de autodeterminación de los pueblos”, dijo el cientista político Joaquim Racy, profesor de historia de la diplomacia en las Universidades Mackenzie y Pontificia Universidad Católica, de San Pablo.
“Es un caso inédito de un Presidente que entra a su país y entra a una embajada no para salir de su país, sino para quedarse”, evaluó.
Para otro analista, como Francisco Rezek, juez de la Corte Internacional de La Haya entre 1996 y 2006 y canciller en la época de la presidencia de Fernando Collor de Mello, el caso de Zelaya en la Embajada brasileña es “inédito” .