Edwin Alcarás
Redactor de Cultura
Detrás de la letra S se esconde el secreto de la sabiduría. Las culturas prehispánicas lo sabían y el artista Estuardo Maldonado (Píntag, 1930) ha peregrinado toda su vida detrás de ese misterio.
En Europa asimilé todos los ‘ismos’ que encontré, pero siempre escuché el llamado interior de mis raíces La figura enroscada del enigma ha moldeado la propuesta del casi octogenario creador, reconocido con el Premio Eugenio Espejo, en Actividades Artísticas.
Para él, esa S -esa línea recta que se retuerce sobre sí misma, recorre sus ángulos y llega a su final como si llegara a un nuevo principio- es un símbolo de la conexión entre la vida y la muerte. “En la cultura Valdivia la S es angular. Las partes verticales simbolizan la vida, la actividad; mientras las horizontales, la muerte, el estado yaciente”.
El maestro sonríe con un gesto muy suyo, entre la pedagogía y la impaciencia, mientras recorre, por enésima vez, los cuatro niveles de su galpón taller, en el Centro Histórico de Quito, en las calles Guayaquil, entre Loja y Ambato.
Maldonado compró la casona, hace 25 años, y luego la adecuó como una torre que aísla el último piso -donde vive el artista- de los demás cuartos, muchos de ellos deshabitados. Los dos patios y las habitaciones inferiores están llenas de esculturas y piezas arqueológicas que colecciona desde los 18 años.
“Luego de que terminé la Escuela de Bellas Artes, en Guayaquil, conseguí un auspicio de la Casa de la Cultura, Núcleo del Guayas, para viajar por Manabí y Esmeraldas. Uno de esos días me llevaron a una excursión a La Tolita. Cuando llegamos, los pobladores nos mostraron unas fuentes llenas de efigies. La exuberancia del paisaje y la exquisita sensibilidad de las formas me marcaron para siempre”.
En su memoria, ese episodio de descubrimiento de la iconografía precolombina está adosado a otro en el que un joven Maldonado descubrió los peligros del box.
“Estaba a punto de enrolarme en una flota mercante que se llamaba Grancolombia. En el puerto me detuvieron porque vieron que no había hecho el servicio militar. Así que me cogieron. En el servicio militar, a veces, se armaban cuadriláteros de box. Un día me pusieron frente a un boxeador profesional, fornido y terrible. ¿Qué podía hacer uno? Pues enfrentarlo, me cubrí bien y me dediqué a esquivar. Tenía que estar bien parado porque si me llegaba un golpe me mataba ahí mismo”.
Esa fortaleza de carácter es anterior (cuando tenía 13 años el artista se escapó de la casa paterna por lo que juzgó un castigo injusto, no volvió) y proverbial entre los artistas jóvenes que alguna vez arrendaron uno de sus cuartos para convertirlo en taller artístico.
El pintor Mellington Oña recuerda a un hombre disciplinado. “A las 06:00 se levantaba a hacer ejercicio, desayunaba e inmediatamente se ponía a trabajar. Casi nunca salía a la calle”.
“Un hombre introvertido, meticuloso y muy preocupado por los detalles”. Es la imagen que recuerda la directora del Centro Cultural Metropolitano, María Elena Machuca. Una mezcla de científico y artista, un alquimista que logró sacar color al acero. “Fue el primero en explorar esa posibilidad técnica”.
A sus 79 años, Maldonado se ve a sí mismo como un artista de vanguardia y mira con una mezcla de tristeza y frustración el trabajo de los artistas jóvenes. “El arte contemporáneo ecuatoriano está decaído, demasiado cómodo”.
Desde el arte contemporáneo, el artista Diego Arias, catedrático de Artes Visuales de la Universidad Católica de Quito, opina sobre el trabajo de Maldonado.
“Sigue siendo muy clásico, en el sentido moderno del término. Sus piezas están trabajadas como piezas de museo. Su trabajo no ha sido confrontado lo suficiente con las nuevas generaciones de artistas o teóricos del arte. Pertenece a una élite artística que logró viajar y posicionar su propuesta en Europa y EE.UU.”. De cualquier modo, entre la vanguardia conceptual y el pasado visual más antiguo, Maldonado es un referente del arte nacional y de América Latina. Un hombre que halló el sentido enigmático y plástico de esa S indescifrable, a la que aún persigue, en Quito, en Roma -donde vivió 40 años y su obra fue muy cotizada.