Hombre cayó a ducto de aguas lluvia en Portoviejo
José Roberto Acevedo Mendoza fue hallado sin vida en Quito
Tormentas variadas afectarán a cinco provincias de Ecuador
Pico y placa en Quito: restricciones para este viern…
Cirujano fue sentenciado por homicidio culposo tras …
Dos parques de Quito se unirán con un corredor biológico
El juicio político contra Guillermo Lasso abre tres …
Vías de La Tola y Guapulo, en Quito, ya presentan problemas

En Macará quedan rastros de la guerra desatada hace 20 años

Héroes

Héroes

En Gualaquiza (Morona) hay un lugar en donde se recuerda a los héroes. Foto: Alfredo Lagla / EL COMERCIO

Lilia Arias. Redactora (I)
Especial desde la frontera sur

El sol seca los matorrales que cubren las trincheras que utilizaron los militares cuando en Macará, un cantón fronterizo que está en Loja-Ecuador, se sentían las amenazas por la guerra del Cenepa en 1985. Los huecos son anchos y permiten el paso de personas. Desde allí además se ve el poblado peruano de Latina, que está a cinco minutos de territorio ecuatoriano. A un lado de esas trincheras, las vigas de madera están envejecidas y en ocasiones solamente juegan los niños que viven en el barrio Santa Teresa.

En los días del conflicto, la amenaza se presentó en la zona oriental de la Cordillera del Cóndor, en el sector del Cenepa. Pero esos temores también se sintieron, por ejemplo, en Zapotillo, Espíndola (Loja), Gualaquiza (Morona Santiago), Zumba (Zamora Chinchipe) y Huaquillas (El Oro).

En ese entonces, los militares sacaron a los civiles de estos pueblos ubicados en la línea de frontera. En el cantón lojano de Macará a los niños y mujeres los llevaron hasta el barrio de Larama, a 5 kilómetros del centro poblado. Por un mes compartieron vivienda y alimentación, mientras que los hombres se quedaron en la ciudad para cuidar lo que había en casa. Melva Celi ahora tiene 65 años y desde el portal de su casa recuerda esas escenas.

En ese tiempo huyó con dos niños menores de edad y sus cuatro hijas. No se desprendían de la radio. En el lugar había una sola emisora ecuatoriana y lo más claro era la señal de las radios peruanas. “Cuando anunciaron que había alerta roja en ciudades fronterizas de Ecuador llegaron a la casa militares ecuatorianos y dijeron tiene que salir porque en cualquier momento nos atacan”.

Mientras recoge la fotografía de uno de sus hijos que está en las FF.AA. cuenta cómo los evacuaron: “Nos llevaron en un vehículo de los militares. Para alimentarnos pelábamos animales de corral. Además, nos llegaban alimentos de Celica, Puyango, Paltas, Sozoranga…”.

Las calles vacías

Tras la evacuación las calles de Macará quedaron vacías. En ese entonces, Luis Eduardo Jaramillo, de 62 años, tenía una farmacia en Macará y proveía de medicamento a la población. En los días de conflicto no había movimiento allí.

Sus casas de adobe, madera y teja estaban cuidadas por sus dueños para evitar saqueos, mientras que los militares vigilaban desde puntos elevados.

La casa de Celi también es de adobe y teja y ahora está ubicada en el Barrio Central. Desde allí recuerda que el ruido era intenso por los disparos que hacían de lado peruano. “Parecía que las balas iban a caer en la casa. Esos tiempos que vivimos fueron muy duros”.

Antes de la firma de la paz, los macareños vivían pendientes de una línea fronteriza imaginaria, porque las amenazas de conflicto se presentaban cada enero. Todos en el pueblo creían que ese mes los peruanos repetirían la historia de las incursiones del 1941 y 1982. Por eso decían que había que tomar las precaución del caso.

En los días de la amenaza los militares peruanos disparaban al aire y formaban numerosas tropas. La gente que vive en ese cordón fronterizo recuerda que los uniformados de ese país intentaban amedrentarlos e infundirles miedo para que salgan de las tierras. “Junto a mis vecinos, en las noches cuando salíamos a realizar rondas, se observaba el fuego de los disparos de los peruanos, me daba un poco de temor, pero nos infundíamos coraje diciendo que esta vez no daremos un paso atrás”, recuerda un vecino.

Ese pequeño pueblo que era Macará hace 20 años ha cambiado. Esta vez tiene edificios modernos de seis y ocho pisos.

Además, hay cuatro parques con plantas ornamentales, adornados con piletas de agua con sistemas eléctricos modernos. Eso se complementa con toda una red de bancos y cooperativas de ahorro y crédito que operan en ese lugar.

Aunque el movimiento comercial que se da entre ecuatorianos y peruanos ha disminuido en Macará, la convivencia es pacífica tal como sucede en Puerto Minas en el cantón Tiwintza (Morona Santiago). En ese lugar fronterizo comercializan ecuatorianos y peruanos que llegan desde la madrugada a través de los ríos.

En el momento, Roberto Viñán es alcalde de Macará y él sabe que, por ejemplo, los vehículos del país del sur circulan libremente por las calles. No hay restricción alguna.