Ricardo SolÍs, guía penitenciario
El don más preciado que puede tener el ser humano después del milagro de la vida, eso es la libertad. E implica el goce pleno de todos los derechos de ciudadanía. El trabajo que hago, en el interior de las cárceles, me ha ayudado a valorarla. Estoy con los privados de libertad las 24 horas del día y palpo de cerca lo triste que es estar tras las rejas.
Ellos, por ejemplo, miran a su familia una vez al mes o, en el mejor de los casos, tan solo una vez por semana. Nosotros, en cambio, los que estamos fuera, podemos ver a nuestros hijos todos los días, abrazarlos y ver cómo crecen.
Muchas veces, la gente no se da cuenta de lo que tiene y desaprovecha su tiempo y la posibilidad de pasar bien con sus seres queridos. Además, nadie sabe cuándo uno puede perder esa libertad.
En mi caso, si se da una fuga en alguna de las prisiones soy uno de los principales sospechosos y puedo pasar a ser interno en cualquier momento. Por eso trato de vivir mi libertad de forma intensa y los 365 días del año.