Calificar la modernización de Chile como un éxito no significa, de ningún modo, olvidar que sus líderes aún tienen la obligación de sacar de la pobreza a millones de habitantes, pero sí quiere decir que desde la salida del dictador Augusto Pinochet esa nación lleva adelante un ejemplar proceso económico, político y social.
Muestra de ello es el triunfo de Sebastián Piñera en las elecciones de este domingo, una victoria histórica para los conservadores que no habían accedido directamente al poder político desde que en 1970 los venció el socialista Salvador Allende, derrocado de manera cruenta tres años después por militares de extrema derecha.
Conocedores de la realidad chilena aseguran que el triunfo de Piñera -lejos de los lamentos de la izquierda populista latinoamericana y la euforia de una derecha en retirada- no traerá reformas profundas y, peor, retrocesos sociales o económicos.
Durante 22 años de gobierno de la Concertación (acuerdo histórico de la izquierda y el centroizquierda para gobernar sobre grandes objetivos y acuerdos), sus líderes consolidaron un eficiente modelo de desarrollo que situó a Chile entre los países de mayor crecimiento en el mundo.
Ahora, el país sudamericano ha saludado con optimismo el gesto de la presidenta saliente, Michelle Bachelet, quien pese a pertenecer a la tendencia ideológica contraria fue personalmente a saludar la victoria de Sebastián Piñera, el que, a su vez, pidió a la mandataria apoyo, unidad y consejos para conducir el país.
Esta muestra de consenso, tolerancia y madurez cívica entre políticos renueva las esperanzas de que, a pesar de los nubarrones en otras regiones del continente, sí es posible vivir en democracia.