Háridas Mederos, Édgar Landívar, Vicente Adum y Carlos Villacís, de Open Venti, fabricante de ventiladores. Foto: Enrique Pesantes/ ELCOMERCIO
Todo comenzó en Twitter. Era marzo de 2020 y en medio del estallido de la pandemia por covid-19 en Guayaquil, Édgar Landívar fue etiquetado con un mensaje desafiante: “¿por qué no hacemos algo?”.
Reunió a amigos de Espol -donde estudió Ingeniería en Electrónica- y en pocos días revisaban manuales de funcionamiento de ventiladores mecánicos para unidades de cuidados intensivos (UCI), necesarios entonces como ahora.
“Decidimos armar un diseño propio, construible en corto tiempo”, recuerda Landívar, líder de OpenVenti, proyecto para crear y entregar, gratis, 200 respiradores artificiales.
El primero estuvo listo en diciembre y desde ahí 33 están dan vida a pacientes críticos, en hospitales públicos y privados de 10 provincias.
Otros 67 serán entregados las siguientes semanas, para tratar de aliviar la presión en las UCI en este momento. Y en 100 solo resta calibrar detalles.
Ingenieros, desarrolladores de software, médicos, economistas, abogados… Cerca de 400 profesionales voluntarios, ecuatorianos y de la región, impulsaron la iniciativa y buscaron fondos.
Un ventilador comercial puede superar los USD 40 000. El costo de fabricar un OpenVenti se redujo a entre USD 800 y 1 000 con el apoyo de empresas privadas y de una campaña de crowdfunding.
El equipo es una caja metálica con una pantalla táctil. El aire ingresa por un filtro de partículas, pasa a una cámara de acumulación de oxígeno y luego a un filtro interno, conectado a una turbina. Dentro hay una serie de sensores que controlan el flujo y la presión de aire que llega al paciente.
La primera vez que se usó hubo un choque de emociones. Tras ver el video de la conexión hubo silencio. “Era una persona en estado de coma, debatiéndose entre la vida y la muerte -recuerda Landívar-.”.
En las salas UCI, los OpenVenti dan soporte a pacientes que batallan con múltiples males. Algunos cumplen una función compasiva en personas con menos probabilidades, para destinar los ventiladores sofisticados a quienes tienen un mejor pronóstico.
El proyecto no fue una casualidad. En 2016, el grupo ayudó a 300 familias manabitas golpeadas por el terremoto, con la entrega de tanques de almacenamiento de agua.
Ahora apostaron por una tecnología de código abierto, para que la idea se replique. “Entregarán toda la información, para que alguien más tome la posta”, explica Paul Estrella, ingeniero industrial que coordina las entregas.
Guayaquil es uno de los principales beneficiarios. Pero también han llegado a sitios como Catacocha (Loja), donde por primera vez tienen un ventilador mecánico.
En su fase inicial OpenVenti sumó USD 170 000, donados por iniciativas privadas como Salvar vidas. La proyección es llegar a USD 210 000.
Gran parte de los elementos y el ensamblaje son ‘made in Ecuador’. Landívar cuenta que invirtió su tiempo y el esfuerzo de sus colaboradores en Yubox, la compañía que dirige, para diseñar la tarjeta electrónica, pieza clave integrada por diminutos chips.
“Contactamos a fabricantes de chips que estaban en otros husos horarios, en las madrugadas, tratando de lograr envíos rápidos cuando los courier estaban parados”.
Por casi un mes no durmieron hasta terminar la tarjeta. Fabricar el resto del equipo, desde la caja metálica externa hasta montar la turbina del interior, tomó otro mes. En el paso a paso hubo la asesoría de los médicos Armando Mosquera y Miguel Chung Sang.
El ingeniero mecánico Vicente Adum cuenta que algunas partes se adaptaron con tubos de PVC. Otras fueron elaboradas en nueve impresoras 3D, que trabajaron día y noche.
El montaje mecánico se hizo en su empresa, Metalco, dedicada a poner en marcha fábricas de balanceado o cuartos de calderos. “Desarrollar y probar un equipo de esta complejidad tecnológica en menos de un año, fue un desafío”.
Las pruebas fueron durante el confinamiento, en la U. Espíritu Santo (UEES). Allí lo conectaron a un maniquí médico y pasó por equipos profesionales de calibración para alcanzar la certificación. Luego la Agencia de Regulación, Control y Vigilancia Sanitaria (Arcsa) dio una autorización para que los hospitales elijan recibir o no a los OpenVenti.
Así lograron superar otros obstáculos, como sobrellevar los asfixiantes impuestos de importación y reunirse con exautoridades del Gobierno en busca de un respaldo que no llegó. “Les dijimos que los ventiladores estarían para la segunda o tercera ola -recuerda Estrella-, y el entonces ministro de Salud nos dijo que no habría más olas”. El tiempo les dio la razón.