Rubén Darío Buitrón
Ninguna novela del portugués José Saramago (1922) puede ser más oportuna que ‘Ensayo sobre la ceguera’, una obra que desde su publicación en 1995 marcó profundamente a millones de personas y que abrió el camino para que tres años después obtuviera el Premio Nobel de Literatura.
La novela habla de una repentina e imparable epidemia de ceguera que se desata sobre un país imaginario y que obliga a todos a recurrir a sus instintos más primitivos para sobrevivir.
En esa lucha, cada persona va descubriendo su imposibilidad de ser solidario y de pensar en el otro, en los otros, porque las circunstancias lo obligan a pelear brutalmente por su existencia.
Más allá de la ficción, la novela es un contundente alegato de José Saramago contra el individualismo, la incapacidad de sentir emociones relacionadas con el prójimo, la extrema dependencia que tenemos respecto de la tecnología y de los hábitos introducidos por la globalización. Saramago arma una historia en la que los afectados no solamente pierden la visión sino, sobre todo, el entendimiento, que implica la no reflexión, la no deliberación, el no debate, la desintegración de la sociedad como un hecho colectivo.
De pronto, cuando la ceguera ataca a casi todos los habitantes, los ciudadanos se vuelven una masa que deambula por las calles y que se pierde en sus caminos cotidianos.
Encerrados en sus mundos incipientes y desconcertados, se vuelven manada feroz, jauría temible, animales territoriales.
Lo peor, sin embargo, ocurre cuando esos millones de extraviados buscan con desesperación alguien que los guíe y los encamine aunque sea al suicidio colectivo.
‘Ensayo sobre la ceguera’ es una impactante metáfora de la relación entre el poder y una masa enceguecida incapaz de valerse por sí misma.