Redacción Cultura
Su literatura apuesta por la fantasía y se aleja de la tradición ¿Ese alejamiento es premeditado?
HOJA DE VIDA
Adolfo Macías Huerta
Nació en Guayaquil, en 1960. Ganó el Premio Nacional Joaquín Gallegos Lara a la mejor obra de 1995, por su libro de cuentos ‘El Examinador’.
Ha publicado anteriormente dos novelas: ‘Laberinto junto al mar’ (Editorial Planeta 2001) y ‘El dios que ríe’ (Casa de la Cultura Ecuatoriana 2008).
En principio no fue un propósito pero a medida que fui escribiendo necesitaba recursos alternativos para escribir. Me di cuenta de que yo funcionaba bien con la narrativa, es un género que soporta bien diversos registros como la poesía, el ensayo, el teatro, la narración…
En sus textos se nota una búsqueda incesante de algo diferente.
La literatura ecuatoriana, incluso luego de la generación del treinta, estuvo en manos de autores marxistas con preocupaciones sociales que heredaron de algún modo la visión de la literatura como herramienta de una misión social o política. Esa literatura nunca me atrajo, para mí fueron lecturas cansadas.
¿La literatura fantástica fue un antídoto?
Al principio busqué conscientemente una literatura fantástica. Luego vi que me interesaba la locura en la cotidianidad. Busco una especie de secreto en la realidad. Estoy en el límite entre la psicología y la fantasía.
¿En ese límite está su última novela, ‘La vida oculta’?
La idea nació de un estudio sobre el tema de la adicción. Me parece que es un supertema posmoderno, tiene que ver con una posición del hombre contemporáneo frente a la vida emocional. O sea, la incapacidad que experimenta ese hombre de estar en su propio centro y la necesidad de apegarse a una dependencia para valorarse a sí mismo.
¿Una dependencia, según la novela, como la que nos vende la publicidad?
No se limita a eso la publicidad pero, a veces, la sociedad de mercado la usa de esa manera, así que me lo tomé a broma y me planteé jugar con el extremo de esa posibilidad.
¿Cuál fue ese extremo?
La manipulación de la identidad de las personas. Es decir, imaginé que las personas vivieran en mundos imaginarios creados por la publicidad. El extremo de usar cadáveres para una publicidad de moda….
El ser humano contemporáneo crea una fantasía como una búsqueda de autoimagenPero eso pasa un poco de todas formas, ¿verdad?
Es la búsqueda de la autoimagen. No ser lo que eres sino querer ser una imagen satisfactoria socialmente. Esa apariencia involucra de algún modo la personalidad, que es una construcción imaginaria. La gente no busca lucir sino ‘ser como’.
¿Cómo participó esa idea al componer la novela?
Trabajé en dos niveles, el del mito y el de la realidad. Estos estaban cruzados por una búsqueda del encantamiento y la consiguiente constatación del desencantamiento. El ser humano contemporáneo crea una fantasía como una búsqueda de autoimagen. Quiere vivir una vida imaginaria. Y esa búsqueda de encantamiento supone un desencantamiento, es decir, una experiencia del vacío y una adicción a una imagen emocional.
Ese es el nivel de la realidad. ¿Y el del mito?
En el nivel del mito me planteé la idea de una peste y tomé como referencia a Sófocles. La peste hace que los dioses abandonen el mundo y queda solo materia o la falta de sentido.
¿La divinidad efímera de las drogas?
El drogadicto quiere traer a los dioses de vuelta a la realidad, pero lo hace equivocadamente.
¿Ese desencantamiento tiene que ver con el amor?
Me propuse una historia de amor y una historia de amor imposible, además. Quise que los amantes se conocieran y luego no se pudieran hallar sino hasta el mismo final, en una situación muy particular.
Los personajes están muy bien compuestos ¿Usó modelos de la realidad?
Los personajes sí son más o menos modificaciones de una o varias personas. Tomé experiencias de amigos y amigas y algunas mías también. En el fondo los dos protagonistas se refieren a dos personas que yo conocí.
¿Ubica a su novela dentro de la producción nacional?
Hay una tendencia a la provocación, a la ironía, desde una exploración fantástica de la vida cotidiana. Soy consciente de que mi obra forma parte de esa tendencia (…) Intento trabajarla en buen formato, con estructuras pulidas, con lenguaje trabajado, con mayor oficio literario…