Las imágenes de destrucción de vidas y edificios en Haití nos han conmovido y adolorido. Entiendo que esta es una hora de fe y de solidaridad. Pero, más allá de orar y de solidarizarnos con los hermanos devastados, nos toca hacernos algunas preguntas. Siento que las respuestas no son fáciles y no seré yo quién deje de interrogarme y de cargar con la cruz de la duda y del dolor… Una vez más me he acordado de la silueta frágil y atormentada de Benedicto XVI ante las cámaras de gas en Auschwitz y de sus palabras lanzadas a la conciencia de la humanidad: “Señor, cuando ocurrían estas cosas, ¿dónde estabas?”.
Ante la tragedia de Haití, cabe la misma pregunta, dolorida ante la fuerza de la devastación y la presencia masiva de la muerte. Cualquier ser humano se siente inerme y cuestionado ante la fuerza del mal. ¿Habrá que pasar la página como si no hubiera ocurrido nada y conformarse?
Un cristiano ‘sabe’ que detrás del mal está el bien y que no puede, no podemos dejarnos derrotar por la fuerza destructiva del mal. Las dimensiones de la tragedia haitiana nos conmueven especialmente y reflejan la vulnerabilidad de la condición humana. Pero, bien mirado, es algo que podemos experimentar a nivel personal ante la propia muerte o la de la persona amada. Morir se acaba pronto…, pero deja sus secuelas durante mucho tiempo, cuando el amor se siente amenazado. Ante una tragedia personal o colectiva, cabe preguntarse sobre el sentido de la vida y de la muerte. La pregunta nunca es inocente…
Como cristiano, trato de tener en cuenta tres cosas que pueden sostener la esperanza:
1. La conciencia de mi fragilidad, a pesar de mis proyectos, de mis cualidades e, incluso, de mi soberbia, Entiendo que así es la condición humana, con su grandeza y su miseria. Porque no somos Dios, necesitamos de Él.
2. El valor de la oración, esta capacidad siempre posible de poner la propia vida en las manos del Padre. La propia y la de los demás, la de tantos hombres y mujeres que, a pesar de la muerte, siguen siendo sostenidos por Manos que trascienden la miseria.
3. El compromiso solidario con las víctimas, con todas las víctimas no sólo de la naturaleza sino de verdugos inhumanos.
Ante la tragedia de Haití les invito a recuperar la esperanza, a orar y a comprometerse. Este domingo 24 de enero, en todos los templos católicos se hará una colecta extraordinaria. De Cáritas Ecuador para Cáritas Haití. También pueden hacer sus ingresos en la C/C del Banco Pichincha Nº 3108845500, a nombre de Munera (Ayuda a Haití).
En cualquier caso, no nos quedemos cruzados de brazos. Una vez más la solidaridad será la que nos redima de nuestros límites y de nuestros temores.