El arte escultórico de Quito vive en las manos de 3 maestros

Germán Campos muestra una cruz cubierta de plata en su taller de La Ronda. María Isabel Valarezo / EL COMERCIO

Germán Campos muestra una cruz cubierta de plata en su taller de La Ronda. María Isabel Valarezo / EL COMERCIO

Para muchos, el arte barroco quiteño terminó en el siglo XVIII. Sin embargo, en la actualidad, el legado de los creadores de aquella época retoma fuerza en festividades como la Semana Santa. En esta época circula un sinnúmero de figuras religiosas por las calles, sea en procesiones o en misas populares. Algunas son claras copias artesanales. Otras, en cambio, deslumbran por su elaboración artística.

Basta con visitar la Casa de los Oficios Tradicionales de Quito para reconocer que el arte religioso continúa vigente. El taller, ubicado en el sector de La Ronda, reúne a escultores, talladores, forjadores... Germán Campos es uno de ellos. Él es especialista en orfebrería y, además, es el encargado de la platería religiosa.

En la actualidad, el maestro Campos está elaborando una corona forjada en bronce, para la Virgen Dolorosa. Y, como anécdota, recuerda la ocasión en que pudo trabajar con el maestro Jorge Viteri, uno de los referentes de la escultura ecuatoriana, con quien elaboró una réplica de la Virgen que se exhibe en la Casa de La Moneda, en Chile.

En la misma Casa de los Oficios se ubica el taller de la maestra Yolanda Cadena, especializada en la técnica de laminado con pan de oro. Pero también tiene destreza para la talla y la escultura. Esa habilidad es perceptible en los crucifijos tallados que durante estas semanas ha exhibido en su taller con la finalidad de mostrar arte colonial a los turistas que visitan Quito.

Cadena menciona que su habilidad para elaborar piezas artísticas con pan de oro la desarrolló en sus trabajos con la Orden de los Mercedarios. También reconoce que una de las personas que influyó en su carrera fue el maestro Alfonso Rubio, el último escultor de la Escuela Tradicional Quiteña Bernardo de Legarda.

Y es Alfonso Rubio uno de los patrimonios culturales vivos con los que cuenta la ciudad. Quizá por eso el historiador de arte ecuatoriano Filoteo Samaniego lo bautizó con el nombre de 'El último Caspicara'. Razón por la que Rubio es firme al decir "si muero yo, se acaba la Escuela Tradicional Quiteña". Pero lo que siempre quedará imperecedero en el tiempo serán sus obras. El altar mayor de El Quinche, la Mampara de la Plaza Grande, la escultura de los Soldados Romanos y Judíos que se exhibe en la procesión de Semana Santa de Popayán, etc.

A sus 84 años de edad, el maestro Rubio continúa trabajando en su taller ubicado en Cotocollao. No solo se limita a la escultura, también tiene gusto por la pintura y las decoraciones con plata y pan de oro. Por esa destreza es que el padre Julián Bravo escribió la biografía del artista en el libro 'Alfonso Rubio, el último Caspicara'.

Estos tres maestros son pruebas vivientes de que los artesanos coloniales sobrevivieron al barroco quiteño. Las imágenes de santos, vírgenes y cristos transportan al espectador a un tiempo en el que la religión no solo era motivo de veneración, sino una fuente de inspiración.

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