Una mujer deja alimentos en la tumba de uno de sus familiares este 2 de noviembre del 2016, en el cementerio de Calderón, en el norte de Quito. Foto: Gabriela Coba/ EL COMERCIO
En la parroquia rural de Calderón, ubicada en el norte de Quito, el Día de los Difuntos es una fecha de celebración. Aquí, además de llevar flores y celebrar misas en el cementerio, se comparte un tiempo especial con quienes fallecieron. Algunas personas llevan alimentos para compartir con los muertos, otras conversan y ríen alrededor de las tumbas.
“Es una fecha bien alegre, es un día bien lindo” dice Mariana Castillo, encargada del cementerio desde hace 30 años. “Las personas vienen con las comidas típicas y con las vestimentas tradicionales”, agrega.
Este 2 de noviembre del 2016, algunas familias llegaron a este campo santo, se sentaron alrededor de las tumbas y degustaron diversos alimentos. Castillo señala que antes “también vendían afuera cerveza y chicha”. Las personas comen fritada, pollo, papas, colada morada, frutas, pan y uchucuta. Este último es un plato típico de la zona.
Uchucuta es un término quichua que significa granos tiernos cocidos con ají y hierbas. Lleva arvejas, habas, mellocos, choclo, fréjol, zapallo y sambo.
En las cerca de 300 fosas que hay en el cementerio San José de Calderón se evidencia la descendencia indígena que existe en el sector. En las lápidas son comunes los apellidos de ascendencia quichua. La tradición de compartir con los muertos proviene de la cultura ancestral de este sector. Existen registros de estos festejo desde hace 500 años.
Antiguamente, las personas de esta zona, para obtener buenas cosechas, tenían la costumbre de ofrecer alimentos a los muertos. De esta manera celebraban la siembra y la fertilidad.
Actualmente en Calderón, así como en otras parroquias de población indígena, en la época de equinoccio (octubre) se mantienen las tradiciones vinculadas con la conmemoración de quienes ya fallecieron.
Este tipo de tradiciones alegres, en torno a un tema visto comúnmente con cierta sobriedad, refleja que para muchos la muerte no es el fin, sino que es la continuidad de la vida. El padre Lenin Rodríguez, párroco del sector desde hace pocos días, dice que “El mismo ser humano desde siempre sabe y siente que la vida no es solamente este tramo de años que uno vive en este mundo material. El ser humano está convencido de que hay algo más”.