Manuel Pilamunga es el artesano que elabora los sombreros del pueblo Chibuleo.
Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
Es lunes. Decenas de indígenas caminan presurosos por la avenida 12 de Noviembre y calle Juan Montalvo, en el centro de Ambato. Vienen de Chibuleo, Juan Benigno Vela, Pilahuín, Salasaca y otras parroquias indígenas de Tungurahua.
Son los gerentes y los ejecutivos de las cooperativas de ahorro y crédito indígenas que funcionan en esta urbe. También hay estudiantes y agricultores. Están ataviados con sombreros blancos grandes y pequeños de ala corta o ancha, decorados con hilos y cintas de colores negro, azul, rojo, morado… Eso es lo que diferencia a cada una de las comunidades.
Llegaron a la feria para vender sus productos, comprar y efectuar trámites.
El trajín empieza a las 06:30. Josefa Pilamunga es una comerciante de legumbres y hortalizas, quien viste un rebozo y anaco color negro, una blusa bordada y un sombrero grueso blanco de horma pequeña y ala doblada hacia arriba.
Este sombrero identifica a los habitantes de Juan Benigno Vela, Chibuleo y Pilahuín. “Es una tradición llevar el sombrero. Sirve para protegernos de los rayos del sol. Es un orgullo vestirlo”, dice Pilamunga.
En Tungurahua, Manuel Pilamunga y Luis Carrasco son quienes los confeccionan. Los dos completaron 47 años de estar ligados a este trabajo.
En San Antonio de Chibuleo, Pilamunga empieza la jornada temprano. Su vivienda de bloque y techo de teja se encuentra en esta comunidad situada a 30 minutos de la capital de Tungurahua, en la vía Ambato-Guaranda. Es una de las siete comunas que integran la parroquia Juan Benigno Vela habitada por 12 000 personas.
El 90% pertenece a la etnia Chibuleo que se caracteriza por vestir poncho rojo a rayas, pantalón blanco, en los hombres. La mujer lleva anaco y rebozo negro, blusa y un sombrero redondo color blanco.
El taller es pequeño y tiene un fogón, donde arde la leña. Sobre el fuego se coloca una plancha gigante de metal para secar la tela de paño, con la cual se fabrica el sombrero. Poco a poco da forma a la prenda con pegamento de carpintero. Eso le da dureza.
La confección no es en grandes cantidades, porque la gente -dice- ya no usa esta prenda. Hace dos años elaboró los sombreros para el personal de las cooperativas de ahorro y desde entonces solo confecciona obras bajo pedido.
En las hormas de madera de eucalipto, coloca la fibra y con golpes moldea y da forma al sombrero. En una sola prenda puede tardarse hasta dos días. Dice que es un trabajo duro y sacrificado, y por eso cuesta USD 100 cada uno. En la semana puede hacer dos o tres.
Cristóbal Caluña es su cliente. El joven viste elegante con su poncho rojo, pantalón blanco y el sombrero blanco. Para él, es uno de los mejores artesanos y el último que queda en el pueblo. “Es un oficio que se pierde de a poco, pues los jóvenes están dejando de usar esta prenda importante”.
El investigador Alberto Guapisaca cuenta que antes de la llegada de los españoles, los sombreros se elaboraban con la fibra de llama o de alpaca; eran similares a las boinas y servía para protegerse del sol. “Luego de la conquista se introdujo la lana de borrego y desde entonces usa esta materia prima. Los modelos son de acuerdo con el origen de los conquistadores, que llegaban desde España. Ellos imponían su estilo. Lo único que implantamos nosotros fueron los hilos de colores y las cintas bordadas”.
En Pamatug de la parroquia García Moreno (Pelileo), Luis Carrasco también los moldea. Se especializa en los modelos que utilizan en Aláo y Colta, en Chimborazo. Además, de Santa Rosa y Ambatillo, en Tungurahua. Esa es una tradición familiar. Su padre Gerardo, de 79 años, le enseñó este arte.
Su mesa de trabajo está llena de cascajos planos y redondos. Estos se utilizan en el momento de blanquear y alisar la prenda. “En esta zona de artesanos elaboramos los sombreros de Cañar, Chimborazo y Tungurahua. Luego se expandió a Chibuleo”.