Pablo Flores con su hijo Sebastián, y Juan Carlos Albuja, con Ariana, acuden a las terapias en Aprendiendo a Vivir. Diego Pallero / EL COMERCIO
La terapista de lenguaje les repite “atentos, atentos, atentos”, mientras canta y aplaude rítmicamente. Ariana y Sebastián, de alrededor de 2 años y medio, son los únicos pequeños de la sala que acuden a esa clase con sus padres. Los demás van con sus madres.
Juan Carlos Albuja, de 45 años, viste ropa deportiva y en la alfombra sigue las instrucciones de Karina Anatoa. Cubre al caballo de goma con el pañuelo rojo y en el momento indicado deja que su hija lo descubra y, al igual que ella, con sus ojos expresa asombro.
En Aprendiendo a Vivir, centro para niños con síndrome de Down de la Fundación Reina de Quito, varios padres van con sus hijos. Otro caso es el de Pablo Flores y Sebas. El ingeniero en Petróleos pasa 21 días fuera de la urbe y descansa siete, en los que atiende a sus hijos. Su esposa tiene un spa.
La época de roles fijos, cuando el cuidado de los hijos y de la
casa era tarea solo de la madre, pierde vigencia. Cada vez más padres se quedan en el hogar con los niños, por la nueva organización familiar, que hace que hombre y mujer trabajen.
Danny Grijalva, de 35 años, es abogado en libre ejercicio. Maneja su agenda con flexibilidad. Así que con su esposa Diana, de 32, decidieron que él se quedara más al frente de los niños. Ella es ingeniera hotelera y al supervisar un restaurante, labora en turnos rotativos.
Danny se encarga de Daniel y Derek, de 8 y 4 años, respectivamente. El último tiene síndrome de Down. Los deja en sus instituciones educativas y los retira, luego comen juntos. La madre en las mañanas adelanta algo del almuerzo y él lo completa. Luego supervisa deberes, juega con ellos, mientras sigue sus casos, pues tiene su oficina en casa.
En el hogar de Eugenia y su esposo Jorge Arteaga, de 45 años, también se distribuyen las responsabilidades de forma no tradicional. Así logran desempeñarse profesionalmente y criar a Camila y Emilia, de 10 y 7 años.
Luego de clases, las niñas van a tareas dirigidas. Los lunes y viernes, Jorge pasa por ellas y las lleva a la casa.
La cena es la única comida que comparten. La madre se encarga de que se pongan las pijamas y se cepillen los dientes, mientras Jorge limpia la cocina. Cada uno acompaña a una niña en sus dormitorios, hasta que se duerma. Al otro día, él prepara el desayuno.
Las funciones han cambiado, ahora las tareas de crianza se pueden compartir de manera equitativa. Y los padres están más presentes en términos afectivos y emocionales. Lo anota Gissela Echeverría, terapeuta familiar sistémica.
La especialista aclara que no se puede generalizar, pero afirma que hay gran cantidad de padres de una nueva generación. “Nuevas masculinidades que se oponen a la castración emocional del machismo”.
A esa nueva generación pertenece José Luis Guerra, de 37 años. En la pareja no tiene por qué existir -apunta- una persona que tenga que hacerse cargo permanentemente de una responsabilidad en el hogar.
Su esposa y él se dividen las actividades, en función de lo que tengan que hacer en el día. En esta semana, por ejemplo, este abogado de la Defensoría del Pueblo fue a inscribir a su hijo en un plantel.
Tomás tiene 2 años y medio y en un mes nacerá su hermana. Ha crecido sin los estereotipos de que ‘hay tareas que hace mamá y aventuras que vivir con papá’. Así, a José Luis sin problemas le pide que le prepare comida o que lo acompañe al baño… Disfruta mucho más cuando su mamá, exitosa abogada, conduce el auto.
“No hay roles establecidos, se construyen en la lógica de que ambos podemos hacer de todo. No por ser mujer se tiene que arreglar la casa, por ejemplo”, dice José Luis. Descarta que solo la mamá sea quien brinde la ternura y el hombre la seguridad a los hijos.
En esa línea opina Danny Grijalva, para quien estar a cargo de la crianza de sus dos hijos es maravilloso. “Te vuelves más sensible al entorno de tus hijos, antes no ponía atención a los derechos de los niños. Estar junto a mis hijos me ha despertado ese sexto sentido, que dicen es cosa de las mamás”.
Para la terapeuta Echeverría, en estos casos se rompe la figura del padre distante y autoritario. Ellas pueden ejercer su profesión y ellos expresar más afecto y ternura a los hijos.