A bordo de la ambulancia Alfa 8, el paramédico Pedro Chévez atendió hasta 15 urgencias por día en el pico de la crisis. Fotos: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
No se conocen, pero sin duda su lucha fue la misma: abriendo paso a los autos que trasladaban enfermos, dentro de una ambulancia a alta velocidad, peleando contra la muerte en un hospital, llevando alimento en medio de la crisis a los barrios más pobres…
Son héroes anónimos, que entre marzo y abril combatieron a un virus hasta entonces desconocido y mortal. Cuando los casos de covid-19 se dispararon en Guayaquil, ellos emprendieron extensas y angustiantes jornadas desde sus frentes de batalla; hoy integran el ejército que está levantando a la ciudad tras la pandemia.
La camioneta en la que Amanda Espinoza hacía operativos de control se convirtió en una ambulancia. La agente de la Autoridad de Tránsito Municipal (ATM) recuerda que las calles lucían desoladas a finales de marzo y muchas personas buscaban con desesperación llegar a un hospital.
“Se me salían las lágrimas de ver tanta angustia”, dice. En la emergencia recuerda que cedió el paso a decenas de vehículos que rodaban durante el toque de queda. Casi todos llevaban a un enfermo; algunos incluso fallecían en el trayecto.
Una de las escenas que no olvidará ocurrió junto al Luis Vernaza, cuando un hombre estrelló su auto contra el cerramiento del hospital. “Me acerqué y vi que el conductor llevaba a su padre, que había fallecido en ese momento. En su agonía tomó el volante e hizo que su hijo perdiera el control; tenía síntomas respiratorios”.
La agente de tránsito Amanda Espinoza colaboró en el traslado de pacientes con covid-19 hacia los hospitales.
Solo el 28 de marzo hubo 400 decesos en la ciudad. Ese día las llamadas de auxilio se duplicaron para Alfa 8, de la División de Ambulancias del Cuerpo de Bomberos. Pedro Chévez fue asignado a una emergencia en Sauces, en el norte. Cuando llegó era tarde; una joven de 30 años había muerto por problemas respiratorios.
Un día después volvió al lugar por otra urgencia. Al llegar halló el cadáver de un adulto mayor y el de la joven seguía allí, cubierto con una sábana. “Tengo 21 años en esto y nunca he vivido algo tan impactante”.
Pero el temor no lo paralizó. Sus turnos se extendieron de 24 a 48 horas; las emergencias pasaron de seis a 15 por día.
La crisis por covid-19 colapsó los hospitales guayaquileños. Entonces la unidad Alfa 8 se convirtió en la esperanza de quienes en esos días sufrían descompensaciones por otras enfermedades, como diabetes o hipertensión, y que temían acudir a los centros médicos por el riesgo de contagio.
El Hospital Los Ceibos del IESS derivó a todos sus pacientes para atender solo casos de coronavirus. Allí se implementaron 600 espacios en las salas de emergencia, cuidados intensivos y hospitalización.
En las dos primeras semanas de la pandemia, Alberto Sper estuvo a cargo de 220 guerreros, entre médicos, enfermeras y terapistas. “Llorábamos. Era algo tremendo; morían hasta 15 personas por día”, recuerda el jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI).
Con sus trajes de protección como escudos lucharon junto a quienes se aferraron a la vida. Más de 400 personas recibieron el alta hasta inicios de junio y 55 de ellos salieron de estado crítico, después de superar hasta un mes y medio entre sondas y tanques de oxígeno.
A la tercera semana Sper empezó a experimentar síntomas. “Contraje el virus y después de todo lo que había visto cada día decía: ojalá amanezca mañana. Lo superé y volví a trabajar”. Hoy apenas reciben dos pacientes por día en UCI, en su mayoría de otras provincias. Desde mayo el cantón ha sumado el 15% del total de casos reportados en la pandemia.
Patricia Rivera lidera la preparación de 4 000 kits de alimentos por día, que son parte de un plan de asistencia municipal.
El ajetreo, en cambio, se mantiene como en el primer día en el centro de operaciones donde toman forma los kits de alimentos del Municipio de Guayaquil. Patricia Rivera dirige al equipo que ha armado 70 000 kits con donaciones.
“Claro que tuvimos miedo -reconoce-. Había días en que pensábamos: hoy murieron 400 personas y nosotros estamos aquí. Pero recibir un gracias de alguien para quien éramos su única esperanza de alimentación nos motivó”.
Detrás de la monumental misión que lleva sustento a barrios populares hay 30 voluntarios. Entre toneladas de arroz, lentejas y más productos, lograron que las personas cumplieran el confinamiento en la fase más crítica. “Eso contuvo el contagio”, dice Rivera. Por eso su labor continúa. “Aún falta mucho por hacer”.