El Vado es uno de los barrios más tradicionales de Cuenca. Allí se destaca la casona de Graciela Vintimilla. En la cumba (parte superior) del techo de teja está adornado con ángeles, palomas, gallos y otras figuras.
Esta estructura patrimonial tiene 150 años. Vintimilla dice que esos elementos son una protección contra robos o desastres.
Según el historiador Juan Cordero, los azuayos acostumbran colocar un símbolo en los techos desde la Colonia. Además es porque hay hábiles herreros, ceramistas y escultores que tallan estas figuras.
En otras zonas del Centro Histórico cuencano también hay casonas patrimoniales adornadas con cruces y otros elementos. En las inmediaciones de la plazoleta de San Francisco vive Cecilia Delgado.
Hace siete años colocó una cruz de mármol. El día del ‘huasipichai’ o día del ‘enteche’ hubo música, fiesta y bendición del sacerdote. “Se elige un compadre para poner la cruz”.
Según un estudio que reposa en los archivos del Instituto Nacional de Patrimonio, hay cruces de diferentes modelos y significados. Según la autora Ana Abad Rodas, con esas figuras se pide clemencia, perdón y ayuda.
Hay las cruces Protectora, del Señor de Andacocha, del Amparo, de Exaltación, entre otras.
Para Rodas, también sirven como delimitación del territorio y ubicación porque no solo están en los techos de las casas sino en plazas, parroquias e iglesias como la Catedral de La Inmaculada y San Francisco.
Amadeo Vásquez, de 60 años, es uno de los artesanos que elaboran estas piezas. En las paredes de su taller, en la bajada de El Padrón, exhibe un centenar de cruces, uvas que representan la sangre de Cristo y palomas, que simbolizan al Espíritu Santo.