Para Diogo es fácil entretenerse con cables e interruptores. Lo aprendió de su padre, Carlos Almeida; era electricista y le prometió que continuaría con el oficio. “Ahora en el colegio me están enseñando a instalar focos y otras cosas que hacía mi papá”, cuenta el chico de 13 años. Cinthia Murillo lo escucha en silencio y se apresura a secarse las lágrimas.
Diogo es el último de tres hermanos. Su mamá recuerda que con sacrificio lograron inscribirlo en la Unidad Domingo Savio, colegio fiscomisional que ofrece formación técnica. Era el sueño de Carlos porque él también estudió allí.
“Fue difícil conseguir un cupo. Cada año aplican más de 500 chicos, pero logramos que ingrese”. Al final, Carlos no pudo verlo.
En el 2020, cuando empezó la emergencia sanitaria por covid-19 en Guayaquil, un leve pero inquietante dolor en el pecho ocultaba algo más grave. “Sufría del corazón y con todo lo que ocurrió durante la pandemia se impresionó”.
La familia sufrió en busca de atención médica en hospitales colapsados; y cuando llegaron a una clínica privada ya era tarde. “No lo querían atender hasta que no le hicieran una prueba de covid. No pasaron más de 20 minutos desde que había entrado cuando nos dijeron que había muerto”.
Han pasado dos años y Cinthia lidia con todo el peso del hogar. Pero durante ese tiempo, como un alivio, ha encontrado el respaldo para que Diogo no deje el colegio.
El pequeño accedió a una de las 2 000 becas de amparo que la Alcaldía entregó en esta semana a niños y adolescentes que han perdido a uno o ambos padres. La idea es que pueden completar sus estudios hasta el bachillerato.
Quienes están matriculados en planteles particulares populares reciben una compensación de USD 250 que va directo al pago de matrículas y una parte de las pensiones. Y todos salieron el miércoles de Plaza Colón -donde fue la última entrega- con mochilas cargadas con útiles y zapatos.
Angélica cursa el último año de bachillerato y espera alcanzar otra beca municipal para seguir una carrera tecnológica. Ella y sus dos hermanos asisten a planteles fiscales. Desde que su padre falleció por un tumor cerebral, hace tres años, son parte del programa municipal y han recibido hasta tarjetas de la Metrovía con pasajes gratuitos para todo el ciclo escolar.
Contención emocional
El primer nombre de Gustavo es Rolando, como el de su padre. El día de la entrega de las becas revisó con detalle cada implemento de su nueva mochila. Lo hizo al pie de la escultura de un ángel de cristal con alas extendidas que hacían sombra sobre él. “Quiero estudiar Astronomía”, dice con seguridad el chico de 12 años que disfruta de las clases de Ciencias y Estudios Sociales que recibe en el colegio. Su madre, Karen García, le ayuda con paciencia a llevar de vuelta a la mochila cada cuaderno.
“Fue en diciembre de 2020 -recuerda ella-. Iba en una moto cuando lo arrolló un carro”. Desde entonces Gustavo no ha tenido más vacaciones con su padre. Tratan de atenuar el dolor con paseos.
Esta es la décima edición del programa de becas de la Empresa Pública Municipal Desarrollo, Acción Social y Educación (DASE). Su gerente, Jorge Acaiturri, dice que la iniciativa va más allá de dar útiles y cubrir parte de la colegiatura. Dan asistencia psicológica para ayudar a sobrellevar el duelo.
Samir le ha pedido a su abuela ir con su madre, Tatiana. “Le he explicado que ella vive arriba, en el cielo, y no podemos llegar. Él me pide que pongamos una escalera para ir a buscarla… Los dos hemos llorado juntos; ahora estamos solos”, dice Margarita Carrera.
Su hija Tatiana no resistió la oleada mortal de covid-19. Con cariño, Margarita arregla la corbata del uniforme del niño aunque sabe que no durará en su sitio. El pequeño corre de un lado a otro en Plaza Colón, donde se rinde homenaje a las víctimas de la pandemia. En este espacio junto al barrio Las Peñas hay placas talladas con cientos de estrellas en su memoria. Una de ellas es de la madre de Samir.