La vía Saraguro-Yacuambi se abrió en 2013, sin más pretensión que la de unir a los pueblos de los Andes con los de la Amazonía. Nueve años más tarde, se ha convertido en la ruta de ciclistas, motociclistas y aventureros en general.
No es un viaje solo para pasárselo bien; se trata de un reto para superar los límites de la aventura. Queda marcada en la memoria la geografía cambiante, el clima frío y los paisajes de extensos pajonales, montañas, cascadas y lagunas.
Víctor Tello y sus cuatro compañeros empezaron la travesía en la capital lojana, en sus grandes motos. Ellos viven en constante búsqueda de nuevas aventuras.
Tras una hora de viaje siguiendo la vía principal, llegaron al cantón Saraguro, de mayoría indígena, y 10 kilómetros más adelante llegaron a la curva de Paquishapa, ingresaron por una carretera de segundo orden que conduce a Bahín.
En este sitio empieza la ruta Saraguro-Yacuambi, de 63 kilómetros, una carretera de tierra que conecta con cantones de tres provincias: Oña (Azuay), Saraguro (Loja) y Yacuambi (Zamora Chinchipe), en el sur del país.
Desde el inicio se disfruta del entorno de las casas de adobe, caminos sinuosos, montañas de diferentes matices de verde, ganado pastando y algún campesino que avanza sin prisa en Turucachi o en Baber, dos pueblos de agricultores.
En el kilómetro 25 está la entrada a la cascada Cubilán, en territorio de Oña. Tello y sus compañeros recorrieron un kilómetro de sendero de piedra desgastada, que unos dicen que era parte del Qhapac Ñan o Camino del Inca.
Otros pobladores indican que este sendero tiene más de 100 años y era usado por sus ancestros saraguros en su paso hacia Yacuambi, para el intercambio comercial. Por eso, en Yacuambi hay numerosa población indígena.
En la caminata de 15 minutos, los ‘moteros’ observaron el canal de riego y el río Cubilán, con sus aguas cristalinas y rocas amarillas. Sentarse donde nace la caída de agua de 40 metros llena el alma. El sonido de la cascada es como una tormenta constante. Desde estas alturas se observa el zigzagueo de los ríos Quingueado y San Antonio, que se pierden entre la naturaleza y a su vez riegan los cultivos de papa, trigo y cebada.
Después de sentir esa paz de un templo natural, el viento frío y el aire puro de los Andes regresaron a la carretera para continuar el viaje. En pandemia venía más gente, dijo José Vallejo, habitante de Oña. Diez minutos más adelante está el río Negro. Su apacible y ligero caudal obliga a detenerse para contemplarlo. Este punto ya pertenece al territorio amazónico de Yacuambi y han quedado atrás las altas montañas.
En el trayecto, desde las curvas de la carretera, hay especies de miradores naturales que dejan ver el inmenso pajonal que baila al compás del viento y los espejos de agua que al fondo parecen tocar el cielo.
En estos espacios, turistas aprovechan para fotografiarse. Más adelante se encuentran las Tres Lagunas, un conjunto de grandes espejos de agua que están conectadas entre sí y que son el atractivo más importante de la ruta.
La zona es un humedal alto andino de 1 410 hectáreas, fundamental para la regulación del ciclo hidrológico de la cuenca del Jubones. El viento sopla fuerte y el clima aún es frío.
Es un territorio rico en flora como penachos, hierbas de páramo y polylepis. En cuanto a fauna hay mamíferos como los osos de anteojos, venados, anfibios, reptiles. En días despejados, el mundo de las aves puede verse fascinante.
Más adelante está la cascada Santa Cleotilde y un llamativo refugio de montaña en forma de domo, en el sector de Condorcillo, dentro del Área de Conservación Municipal. Esta es la última parada y de allí a 30 minutos está Yacuambi. Para los ‘moteros’ fue una verdadera y fascinante aventura.