Esta avioneta Cessna de Aerosarayaku fue adquirida por la comunidad para dar servicio, especialmente, a moradores de este poblado de Pastaza. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
Los restos de la avioneta Cessna 206 de Aerokashurco todavía permanecen esparcidos entre la densa vegetación, a menos de 200 metros de una rústica vivienda en la comunidad de Sarayaku, en Pastaza.
Esa aeronave se precipitó a tierra el miércoles 1 de octubre con siete ocupantes: cinco de ellos fallecieron en el percance y uno más, Hugo Medina, murió meses después a causa de las quemaduras de tercer grado que tenía en el 25% del cuerpo. Su hija, una niña de 4 años, fue la única sobreviviente.
Gerardo Gualinga, jefe de seguridad de este poblado amazónico, recuerda claramente lo ocurrido. “Cuando llegamos para auxiliar a los pasajeros el avión estaba en llamas. Tratamos de apagar el fuego con lo que teníamos a mano: chicha, arena, ramas… Ni siquiera contábamos con un extintor”.
Mientras camina por el lugar de la tragedia, Gualinga muestra donde ubicaron los cuerpos de cuatro de los fallecidos, entre ellos el de su primo Juan Carlos Gualinga. “Desde la cabina pedían auxilio, en medio del fuego. Luego de su fallecimiento, para sacarlos rompimos las alas con un hacha. Si hubiéramos tenido un adecuado equipo de primeros auxilios quizás podíamos salvarlos”.
Los restos del avión accidentado el 1 de octubre siguen en el lugar del
siniestro. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
La pequeña avioneta había despegado minutos antes de la pista de Sarayaku, donde viven 1 235 personas de nacionalidad Kichwa. Esta explanada de 525 metros fue abierta hace más de cuatro décadas por la comunidad. Narcisa Gualinga vive a un costado de ese terreno y entonces tenía 14 años. “Demoró un año hacer la pista que se rellenó con cinco playas de arena y piedras de río. Realizamos varias mingas”, relata la mujer.
La explanada es vital para esta comunidad. Sobre todo para sacar a los pobladores que requieren atención médica urgente. Durante los tres días que este Diario estuvo en este sitio, una mujer que sufrió una mordedura de serpiente y un niño que padecía una neumonía fueron evacuados hacia Shell Mera y luego al hospital del Puyo para recibir atención.
La otra vía para acceder a Sarayaku es el río Bobonaza. Desde el puerto de Latasas, a dos horas por tierra del Puyo, un bote a motor tarda cuatro horas en llegar a esta aldea.
Al siguiente día de nuestro arribo, un avión Cessna de la Escuela de Aviación de Pastaza aterrizó. Llegó con un técnico de Aerokashurco, que debía encargarse de desarmar otra aeronave que se accidentó el 28 de diciembre pasado con cuatro ocupantes: dos monjas, un sacerdote y el piloto que resultaron heridos. Entre septiembre y diciembre pasados cuatro aeronaves de Aerokashurco se han accidentado.
Kevin Almeida, el mecánico de esa empresa, dice que las causas del último accidente aún no se conocen pero que muchos de los percances se deben a que las pistas son muy cortas y a que el piso no es el adecuado. “Pocas están lastradas. Cuando llueve, lo cual es frecuente, se vuelven lodazales peligrosos para los aterrizajes”.
En la Amazonía existen 206 pistas privadas y 13 del Estado, según la Dirección General de Aviación Civil (DGAC). Esta entidad controla las operaciones de las naves que vuelan en esta región, no las pistas porque son privadas. Hay 18 empresas de transporte comunitario.
La DGAC realiza los controles en las bases de operaciones en Shell Mera y Macas. “Nosotros chequeamos a los pilotos que tengan las licencias. Tenemos inspectores que vuelan con ellos, ubicamos la aeronavegabilidad, estamos en constante revisión con ellos”, señaló en octubre pasado su director Roberto Yerovi.
Una nave de Aerokashurco fue desarmada para ser llevada por río desde Sarayaku al Puyo. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
El capitán Danilo Orbe, jefe de la Escuela de Vuelo de Pastaza tiene 15 años de experiencia en la Amazonía. Asegura que las condiciones precarias y el abandono de la mayoría de las pistas se remontan a varias décadas. “Solo el Instituto para el Ecodesarrollo Regional Amazónico (Ecorae) ha tratado de mejorar algunas planicies”.
Aterrizar y decolar de este tipo de explanadas –agrega Orbe- es un riesgo constante para pilotos y pasajeros. Estas pistas no tienen torres de control, ni siquiera una manga para el viento, la aproximación es completamente visual.
Para enfrentar en parte estos inconvenientes, el Ecorae anunció una intervención integral. Impulsa los estudios que hasta el 2017 permitirán entregar 15 pistas “totalmente estandarizadas y operables”, lo cual comprende la construcción de torres de control, salas de espera, y el mejoramiento de la capa de rodadura con hormigón o asfalto. En Pastaza están en ejecución estudios en Lorocachi, Jaime Roldós, Toñampari, Sarayaku y Llanchamacocha, mientras que en Morona Santiago se ejecutan en Wampuik, Yaupi, Wasakentsa. La inversión llega a los USD 400 000.
Para Sarayaku el transporte aéreo es prioritario. Desde junio pasado opera la empresa Aerosarayaku que tiene dos avionetas Cessna T206H y 182P, para cinco y tres pasajeros, respectivamente. Fueron adquiridas por la comunidad en USD 390 mil, comenta José Gualinga, gerente operativo.
Dos de los pilotos de esta empresa son originarios de Sarayaku. Uno de ellos es Israel Biteri, quien desde pequeño tuvo fascinación por volar.
Durante sus 3 000 horas de vuelo ha sufrido dos accidentes, de los cuales ha salido ileso. En uno tuvo que aterrizar de emergencia sobre los árboles porque el motor del aparato se apagó. “Volar en la Amazonía es peligroso pero quién mejor que uno para valorar esta profesión como un servicio”.