En EINA, para chicos con discapacidad intelectual, hay educación sexual. Foto: Galo Paguay/ EL COMERCIO
El accidente en moto, del 11 de noviembre del 2007, lo dejó sin sensibilidad desde el ombligo hacia abajo. Se acabó todo, es el fin, pensó Patricio Holguín. Y no solo el fin de sus días como hombre independiente, que caminaba y practicaba deportes de riesgo. Era el final y ni pensar en disfrutar de la sexualidad otra vez. Pero se equivocó y hace 11 años -afirma- empezó una nueva vida.
Más allá de que una persona tenga o no una discapacidad, la sexualidad no es solo genitalidad, explica la psicóloga Liliana Zanafria. Ella se mueve en silla de ruedas a causa de la poliomielitis y recuerda que las zonas erógenas están a lo largo del cuerpo de hombre y mujer.
“La naturaleza nos da la capacidad de evolucionar, según las nuevas condiciones; de redescubrir el cuerpo, lo que nos satisface o no”.
En marzo se presentó la ‘Guía sobre derechos sexuales, reproductivos y vida libre de violencia para personas con discapacidad’, del Consejo Nacional de Discapacidades (Conadis) y del Fondo de Naciones Unidas para la Población.
Elizabeth Arauz, antropóloga que trabajó en ese documento, anota que la sociedad cree que por tener una discapacidad, ellos deben ser tutelados y que son asexuales.
Eso está lejos de ser cierto, confirma Ana, madre de un hombre de 44 años, con más del 90% de discapacidad intelectual severa más autismo. Cuenta que desde los 14 años empezó a masturbarse, así que ella y su esposo se asesoraron con un médico y entendieron que era algo natural. Lo han guiado para que no lo haga en público, solo en privado.
“Al bañarse quizá descubrió que podía sentir placer o algo agradable tocándose”.
Ana (nombre protegido) es parte de una organización que reúne a familiares de personas con discapacidad intelectual. Y cuenta que madres y padres tienen dudas sobre la forma en que sus hijos pueden vivir su afectividad y sexualidad.
Unos -dice- preguntan qué hacer para que sus hijas no se embaracen; otros consultan si deben ‘adoptar’ a la pareja de sus hijos, si pasan del noviazgo; y un grupo todavía se niega a asumir su derecho a sentir, creen que por tener una edad mental menor a la cronológica no vivirán su sexualidad.
Ana ha notado que su hijo se ha enamorado de terapistas. Lo ha visto emocionarse cuando llegaban y al darse cuenta de que nunca más volverían se ponía triste, dejaba de escuchar música en su dormitorio y no comía por un tiempo.
“Tienen los mismos derechos y necesidades de quien no tiene discapacidad. No son niños eternos, son preconceptos que debemos enterrar”, dice Liliana de Rudich, quien dirige la Federación Nacional de Madres y Padres de personas con discapacidad intelectual.
Pero, ¿son más vulnerables? Sí, pero como a todo hijo -recalca- hay que guiarles para que su relación no sea permisiva. El reto es enseñarles a identificar que no todos tienen buenas intenciones, que no deben tocarlos si no están de acuerdo.
Liliana conoce a una pareja de chicos con discapacidad intelectual, con 20 años de matrimonio. No tienen hijos. Trabajan y viven cerca de las madres.
La psicóloga Zanafria reconoce que incluso la familia no ve como algo ‘natural’ que personas con diferentes tipos de discapacidad se relacionen y puedan pensar en una vida sexual sana y placentera.
En su consulta, hay mujeres con discapacidad física que aceptan violencia sexual. Sus genitales están maltratados, sienten que valen menos y que nadie más las querrá.
Patricio Holguín, el hombre que se mueve en una silla de ruedas desde hace 11 años, imaginó que luego de su accidente viviría en “abstinencia total, celibato”. Pero cuenta que va aprendiendo de los iguales.
El empresario y deportista, de 50 años, se refiere a otros hombres con movilidad reducida; les preguntó por ejemplo cómo manejar las necesidades biológicas, pues al no sentir desde el ombligo hacia abajo no controlan esfínteres. Así aprendió a ir al sanitario a ciertas horas. También con toda naturalidad les consultó sobre la sexualidad. Hoy él comparte su experiencia.
Los casos son diversos, según el nivel de la lesión que provoca la paraplejia. Este Diario habló con tres hombres que se mueven en silla de ruedas. Buena parte usa pastillas o inyecciones, de las recetadas para tratar la disfunción erectil.
Otros utilizaan un dispositivo llamado bomba, un tubo que se coloca sobre el pene y permite alcanzar la erección. Lo esencial es que disfrutan de la intimidad, sin limitarse por su discapacidad.
En contexto
La Guía sobre derechos sexuales y reproductivos está en la web (www.consejodiscapacidades.gob.ec). En Ecuador hay 458 811 personas con discapacidad. La mayoría, 47%, es física; el 22,36%, intelectual.