Diez años después
Quedaron atrás los discursos interminables, los desplantes, las promesas vagas y las mentiras piadosas. Diez años después de la posesión de Hugo Chávez como presidente de Venezuela, al pueblo no le queda más remedio que afrontar su realidad.
Ese esfuerzo elemental de conciencia crítica debió hacerse hace mucho. Pero las masas en las calles piensan muy poco. Mucho antes que Chávez, lo descubrieron Mussolini y Hitler, dos maestros insuperables en manejar las turbas.
La psicología de masas es una materia apasionante de la ciencia política. Porque cuesta entender que una gente rica se deje arrastrar a los sótanos de la miseria sin intentar una protesta.
La Venezuela de Chávez solo ha tenido espacio para oír discursos de la peor catadura, vestir camisetas rojas y vociferar consignas contra el imperio satánico, los ricos, los curas, los vecinos, todo el mundo.
Si en uno de sus últimos esfuerzos pedagógicos Fidel Castro enseñaba a los cubanos el uso de la olla arrocera, Chávez tiene que dar clase sobre cómo bañarse en tres minutos.
Por supuesto que no hay agua. Porque en 10 años no hubo espacio para construir presas donde almacenarla en los veranos previsiblemente largos.
Los cuasi infinitos recursos petroleros se fueron en apoyar elecciones de amigotes, en consentir robos de la ‘boliburguesía’ y en un inconcebible carnaval de ineptitud.
Pero algún consuelo habrían de tener los venezolanos. Y es que su angustia no se limita a carecer de agua para bañarse, sino que tampoco tienen luz para combatir los calores insufribles con aire acondicionado.
Ni agua, ni luz. Es la combinación perfecta de males para desesperar a cualquiera, pero sobre todo el síntoma de un aterrador balance de esta sustitución de la administración pública por el folclor comunista en el poder.
No teniendo agua ni energía eléctrica en este siglo de la industrialización y la tecnología, a los venezolanos les quedará espacio para meditar. Y advertirán con horror que su producción petrolera se ha venido a pique.
Que sus puertos, carreteras, aeropuertos son los de hace 10 años, pero 10 años más viejos. Que el suyo es el país de la mayor inflación de América y que el costo de vida los asfixiará. Que ya no producen nada y que tienen que comprarlo todo si no quieren ver vacíos los estantes de sus mercados. Venezuela está despertando de su larga pesadilla.
Y aún entre la simplicidad de las masas chavistas, entenderán que no les falta agua por las piscinas de los ricos, ni luz por los aires acondicionados de los centros comerciales.
Y descubrirán que mientras gritaban en las calles a favor de su líder, les robaron entero su país, el más rico de toda esta América.
El Tiempo, Bogotá, GDA