Redacción Negocios
‘Las cuentas del arriendo, la luz y el agua no esperan”, dice Diego Iturralde, quien hace cinco meses trabajaba en una fábrica de cuadernos. Luego de que la empresa comenzara a retrasarse en los pagos del personal por la falta de ingresos, él perdió su empleo.
Entonces Diego, junto con su esposa, Mónica Velasco, decidió ganarse la vida cantando en los buses de transporte público. Con su liquidación grabó un disco artesanal que vende a los pasajeros, mientras rapea acompañado de su grabadora. Su jornada comienza a las 08:00 y se extiende 12 horas, todos los días.
Aunque también trabaja como carpintero, lo que le pagan no le alcanza para mantener a sus dos hijas, que son cuidadas por su madre cuando está en las calles.
“Me descolaron de la fábrica cuando supieron que estaba embarazada”, asegura Mónica, luego de recoger algunas monedas.
Diego no pierde la esperanza de encontrar un empleo estable, aunque solo es bachiller. La lluvia que acaba de caer dificulta su trabajo en los buses, pues se llenan y esto le impide moverse. Pero el desempleo también golpea a los profesionales. Hugo Córdova, psicólogo industrial, quedó cesante hace 20 meses.
Este profesional, de 38 años, ha dejado su hoja de vida en varias bolsas de empleo, pero sin resultados, pese a tener una experiencia de cerca de 10 años en el área de recursos humanos.
Cree que su edad se volvió la principal barrera laboral. Irónicamente cuando seleccionaba personal para su empresa priorizaba a los más jóvenes, con menores expectativas salariales.
Luego de varias entrevistas laborales sin resultados, incluso decidió ofrecer recorridos en la escuela de sus dos hijas para mantener su hogar: en su automóvil transporta a las niñas que puede a sus hogares.
Pero Hugo no bajó los brazos. Mientras en su anterior ocupación mantuvo durante varios años una vida sedentaria y estresante (manejaba más de 120 empleados), buscó mejorar su salud aprendiendo artes marciales.Practica taekwondo y hapkido, que no solo le han ayudado a equilibrar sus emociones sino a generarse un ingreso extra, pues ahora es cinturón negro. Eso le ha servido para dar cursos en el Colegio Benalcázar y en la Concentración
Deportiva de Pichincha. Cuando puede también imparte capacitación de RR.HH.
En su interminable periplo laboral se ha topado con una cruda realidad: los salarios son muy bajos (entre USD 200 y USD 250) y no le permiten cubrir el mantenimiento de su hogar. En eso lo ayuda su esposa, que trabaja como abogada, y ha sido un puntal en la crisis. “Como profesionales nos manejamos bajo un ego, un estatus, títulos. Primero hay que mantener la humildad”.
Córdova mantiene un litigio con la última empresa que lo empleó. Asegura que esa compañía gráfica le debe tres meses de sueldo y su liquidación. Sin embargo, el juicio lleva casi dos años y aún no se resuelve.
Como él, decenas de mujeres y hombres desempleados acuden hasta el Ministerio de Relaciones Laborales, en Quito. A diario, largas colas se forman afuera de las oficinas de los inspectores, con centenares de casos de ex empleados que se sienten perjudicados por sus ex patronos.
Aunque se conoce que las demandas han aumentado el último año, las autoridades laborales no han proporcionado cifras oficiales de reclamos, actas de finiquito o desahucios. Las únicas cifras referenciales son de la última encuesta trimestral del mercado laboral del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC). Mientras en el último año se redujo el índice de ocupados plenos, del 41,1% al 37,1%, la tasa de subempleados creció del 51,4% al 51,7%,
De las 12 oficinas de inspectores, tres funcionan para recibir reclamos y las otras nueve realizan audiencias de mediación entre las partes. Si no llegan a un acuerdo, el caso pasa a un juzgado.
No obstante, debido al gran número de litigios, la citaciones se fijan para dentro de 4 ó 5 meses. Si una persona presenta en este mes un reclamo ante el Ministerio, la institución citará al patrono para febrero de 2010.
Mientras espera ser atendida por uno los inspectores, Catalina Macas describe los maltratos que recibió en la última casa donde fue empleada doméstica.
Cuenta que su patrona no le daba ni un solo día libre a la semana, argumentando que eso estaba incluido en los dos meses anuales que salía de vacaciones.
Tampoco fue afiliada al IESS ni recibió ningún tipo de liquidación, luego de salir de su puesto la semana pasada. Oficializó su reclamo el 20 de octubre, y la Inspectoría citó a su patrona para el 5 de febrero de 2010. “¿Para esa fecha qué me van dar? Si dijeron (ex empleadores) que con este Gobierno ya se irían del país”.
Macas tiene tres hijos, dos menores de edad y una tercera que va a la universidad. El menor sufre de epilepsia y requiere medicación, por lo cual Catalina está dispuesta a buscar cualquier trabajo “aunque sea de lavaplatos”.
En la fila también está Juan Pinchao, desempleado desde hace dos semanas. Él laboraba como bodeguero en una distribuidora de carne, donde supo que su patrono no había hecho ninguna aportación al IESS, pese a que mensualmente le descontaba el 9,38% de su sueldo. La compañía cerró sin pagarle dos meses de sueldo, el decimocuarto de este año ni su liquidación. “El señor no da la cara; también está enjuiciado en Guayaquil”.
Tampoco ha podido emplearse desde hace cinco meses Alexandra Guerra, tecnóloga de comunicación en relaciones públicas, graduada en la Universidad San Francisco. Ha presentado más de 100 carpetas en empresas y ha tenido 40 entrevistas de trabajo sin éxito. “Estoy viviendo por fe y creo que el Señor me va a dar un buen trabajo. Fue muy difícil para mí porque en un inicio creía que yo tenía el control”.