La salud está en emergencia, no por casualidad, sino porque, a pesar de todos los esfuerzos, está colapsada. Una cosa es escuchar los discursos políticamente correctos del Régimen y otra acudir al hospital. La situación de tantas familias que han perdido hijos neonatos clama al cielo. Su dolor, su frustración, sus temores se vuelven contra nosotros, contra una sociedad y una clase política y administrativa expertas en ocultar sus propios límites.
Las imágenes de unidades absolutamente deterioradas, la falta de fármacos, las largas filas desde la madrugada y las fotos de los neonatos en cajas de cartón han tenido un fuerte impacto social, hasta el punto de que los responsables han tenido que prolongar la emergencia y cesar a más de una autoridad hospitalaria. ¿Será suficiente? Ciertamente no.
Lo primero es reafirmar el compromiso por la vida. Con frecuencia, se intenta reducir esta lucha por parte de la Iglesia al caso del niño que está por nacer. La Iglesia es y siempre será antiabortista, pues cree profundamente en que la vida y sus procesos naturales de gestación son inviolables. Pero dicho esto, hay que decir algo más. La Iglesia siempre defenderá todo lo que la vida comporta: la calidad de la vida del hombre y de este planeta necesitados de una más honda compasión.
Lo segundo que hay que decir es que la salud es el gran don que, entre todos, tenemos que cuidar. La persona es frágil y vulnerable, algo que experimentamos todos los días sobrellevando enfermedades, depresiones y quebrantos… Pero no sólo la persona, también la naturaleza parece que se colapsa a base de sismos y tsunamis. ¿Y nuestras relaciones sociales y políticas? Constituciones y leyes, celebradas en su momento como extraordinarias y perdurables, se muestran incapaces de encauzar nuestra vida pública. Y, lo que hoy aparece como definitivo, mañana entra a formar parte de nuestra historia inestable. Hay una salud personal, natural y socio-política que reclama nuestro permanente compromiso a favor del bien. Una sociedad moderna, democrática y ética tiene que plantearse el tema de la salud como el primero de todos a resolver y potenciar.
Por eso, lo tercero es acertar en las políticas de salud, en las inversiones estructurales, en la gestión, en la capacitación de las personas, en la investigación y en el desarrollo tecnológico. Y no sólo, también en la humanización de nuestros hospitales y de nuestras relaciones.
Pongo a los pequeños neonatos en las manos de Dios y oro por sus padres y sus familias. Oro por las autoridades de salud y por aquellos que pueden y deben tomar las medidas oportunas para que la vida triunfe sobre la muerte, para que nuestro pueblo tenga la salud que necesita y se merece. Las palabras, los discursos y las promesas resultan irrelevantes cuando la realidad deja en evidencia nuestros límites e incapacidades. Ya saben, a Dios rogando y con el mazo dando… Es aquí y ahora, en esta tierra amada, donde tenemos que luchar y trabajar, día a día, para sacar adelante el don de Dios.