Cinco jóvenes mujeres bailan desnudas en el bosque. Han preparado una poción extraña en la que ha saltado un sapo. Están en éxtasis místico.
Tenga en cuenta
Las brujas de Salem se presenta en El Teatro del CCI.
Cristina Rodas, productora general y actriz de esta obra, indica que con esta producción regresan a las obras dramáticas.
La presentación cuenta con varios artistas en escena. Su producción tardó más de cuatro meses.
Esta práctica se parece a las bacantes griegas celebradas en honor a Baco en donde las mujeres parecían poseídas. Un fisgón observa atentamente el baile de las muchachas, luego él mismo irá a contar lo sucedido. En el pueblo se habla de brujería, todos creen que estas jóvenes estaban celebrando un aquelarre: un baile de brujas en el cual, el invitado especial es Satanás.
Este agrio personaje es quien dispara la cadena de acontecimientos que terminará con una vida. En Salem se cree que el demonio está acechando y tomando control de las mujeres.
Se viven los últimos años del siglo XVII, y la sociedad está tan escandalizada que no encuentra una mejor solución que la horca, aunque no faltan motivos ni brujas para no utilizar la temible hoguera.
La cacería de brujas ha empezado. Cualquier indicio o sospecha que esté asociado a Satanás es castigado con la cárcel, en espera de un juicio que confirme la brujería y que haga posible el castigo.
Sin embargo, atrás del nerviosismo que esto produce en los habitantes de Salem, algunas personas utilizan la caza de brujas para su venganza personal. Después de todo, el asunto del aquelarre es aislado. Solo cinco mujeres participaron en este, aunque las primeras investigaciones encarcelan a una treintena.
Una mujer herida y la brujería son una mala combinación. Abigail quiere que la justicia ahorque o queme a la esposa de su amante. Las cenizas de un amor incendiario no se han apagado en ella, aunque él enreda más las cosas en su propósito de ocultar cualquier indicio que manche su honra.
El granjero John Proctor, su esposa Elizabeth y Abigail Williams, amante de John, se convierten en el centro de la trama. Además de la traición consumada, la brujería roza peligrosamente al matrimonio. Sin embargo, el plan no sale según lo maquinado puesto que Elizabeth no es encarcelada por bruja, sino es Proctor quien es recluido por adúltero.
Es que la cacería de brujas no atrapó a ninguna hechicera porque la justicia fue más ciega y manipulada que nunca. Fuertes presiones externas, los dimes y diretes de un pueblo antiguo y puritano hicieron pagar al más incauto de los pecadores. Entonces la justicia no alcanzó a ser repartida con la palabra justa, con la expresión cauta, con la posibilidad de asumir el error para que alguien no tenga que pagar la calma de Salem, para no desenmascarar los pecados del resto.
El pánico general cazó al granjero Proctor, pero para él el precio de salvar el pellejo era peor que la misma muerte: su pecaminoso adulterio estaría en la luz pública manchando su nombre y el de su familia. Proctor es el conejillo de Indias y el coladero donde se quedan todas las culpas y las represiones de los puritanos.
Mientras tanto, en el pueblo las inquinas están a la orden del día. Todos se pelean por terrenos, por propiedades, por poder. Los pobladores escudados por la brujería de las cinco mujeres lanzan la piedra de la culpa contra sus vecinos. Es el Diablo quien los manda, aunque nunca aparece en la obra, su hedor impregna todas las palabras y los gestos, las miradas y los silencios.
Así se inicia el emocionante juicio contra Proctor, en el cual solo su confesión lo podrá salvar. Las fuerzas macabras tiran cada cual para su lado, ahí están las brujas, la sirvienta que trata de salvar la vida, la esposa ingenua que se equivoca al mentir. Todos lo sabemos, la verdad es el solaz más poderoso, así como la más afilada de las cuchillas.
El plan demoniaco que empezó como un baile en el bosque llega a conocer su inevitable fin. El cazador y el cazado se juntan en el personaje que atrae sobre sí la tragedia en un juego mil veces repetido.
Así lo escribió el propio Arthur Miller: “Esta obra parece presentar la misma estructura primaria de sacrificio humano a las furias del fanatismo que sigue repitiéndose como si estuviera incrustada en el cerebro de todo ser social”. Esta obra fue escrita en 1953, y se la usó como metáfora para los regímenes totalitarios en donde se prohíbe la libertad de expresión.