Corresponsal en Nueva York
Para hablar de la inmigración en Danbury hay que pasar por las canchas de fútbol. Esta ciudad, dos horas al norte de Nueva York, es una factoría del balompié.
Miles de ecuatorianos, más de unos 5 000, que viven en la ciudad tienen a sus hijos e hijas, sus esposas o hermanas, tíos, sobrinos y padres jugando fútbol con la camiseta Gañansol, Principal, Santa Isabel o Guapán.
Esos son los pueblos de donde vienen para trabajar en la construcción, en los restaurantes o arreglando jardines. Después del trabajo o tras los interminables días de desempleo es en el fútbol donde se refugian en estos tiempos de crisis económica.
Hay más de 100 equipos y los organizadores no saben qué hacer para incluir a más conjuntos en el apretado calendario de torneos. “La gran demanda y la falta de canchas nos obligó a poner en el reglamento que los nuevos equipos deben esperar un año y participar como socios en actividades cívicas y en los festivales de la ciudad antes de entrar al campeonato”, dice Eugenio Zhiñin.
Zhiñin, coordinador de deportes del Comité Cívico Ecuatoriano, hace de mago para lograr que los 51 equipos (20 de jóvenes, 11 sub 38, 10 de mujeres, siete de niños y tres de niñas), que juegan bajo el respaldo del Comité, tengan cancha segura.
Además de los ecuatorianos, los mexicanos, brasileños y portugueses quieren participar en los torneos, pero el reglamento permite que solo haya dos extranjeros por equipo.
Desde las 17:00 del 21 de noviembre, en el Jean Pierre Memorial Field se juegan los partidos. Es noche de indorfútbol del campeonato de invierno del Club Gañansol, que reúne a 46 equipos.
Salen los primeros rivales. El partido dura 40 minutos y esto es como un horno de hacer pan: una tras otra desfilan las ‘horneadas’ de futbolistas listos para los juegos.
A las 21:00 no hay dónde sentarse en los graderíos. El rostro de la hinchada cambia con cada partido. Las barras las integran las esposas, los hijos, amigos y vecinos. Entre ellos está Alicia Galarza, vino a ver a su hermano.
“Así nos sacamos el estrés. En el Austro trabajábamos en el campo y nunca faltaba qué hacer. Aquí es del trabajo a la casa y a veces esa rutina nos enloquece. Al menos aquí nos encontramos con los amigos”, es la respuesta de Galarza y en ella se encierra el sentir de más de una decena de ecuatorianos con los que habló este Diario.
Lourdes Córdova es otra de las que asiste y anima a su esposo, que juega en el Barcelona. “Mi hermano es ciego y es dueño del equipo, mi tío y mi primo también juegan en este conjunto”, dice.
Esas rutinas son normales hasta las 23:00, en donde la pasarela de fútbol sigue sacando equipos y marcando goles. “No podemos perder tiempo, porque son muchos equipos y pagamos 125 dólares la hora por ocupar estas instalaciones”, cuenta Ángel Vargas, socio del Club Gañansol.
Usualmente en estos días, a esa misma hora en otra cancha, la del YMCA, avanza el torneo infantil. Allí, se disputa la copa del Future Championship League, con 23 equipos, entre los 8 y 15 años.
Jaime Peláez, del Principal Sporting Club, es el organizador. “Este es el segundo y tenemos 250 niños. Aceptamos de todas las nacionalidades, pero la mayoría son hijos de ecuatorianos”.
La meta es alejarlos de las drogas, la televisión y los juegos electrónicos. Si no fuera por el fútbol, Lenin Galarza, de 10 años, a esa hora estaría en la computadora, a cambio tuvo un día alegre: “Esta noche ganamos 5-4 y también metí dos goles en la mañana”.
Los inmigrantes cuando dejan el Ecuador, se traen su amor por el fútbol. Los hijos de la primera oleada que llegaron a Danbury están en el colegio y también patean la pelota.
José Galarza lo ve así: “Con el ejemplo les hemos pasado esta herencia. Hablan inglés y español, comen mote y hamburguesas, pero solo juegan un deporte: el fútbol”. Y así hasta la medianoche, cuando termina el último partido en estos torneos.
Al día siguiente, la ‘fábrica de fútbol’ de Danbury volverá, como cada fin de semana hasta mayo, cuando dará comienzo el campeonato de verano.