El 20 de marzo del 2003 empezó el ataque de Estados Unidos y otros países aliados contra Iraq. El presidente George W. Bush afirmó que las gestiones diplomáticas habían sido inútiles. Las razones para la invasión eran “desarmar a Iraq de armas de destrucción masiva, poner fin al apoyo brindado por Saddam Hussein al terrorismo, y lograr la libertad al pueblo iraquí”. En Nueva York, la ONU dio por perdidas las esperanzas de una salida pacífica y advirtió de las consecuencias de los ataques sobre los civiles.
A su vez, la ciudad de los rascacielos apareció bajo un resguardo militar. Mientras tanto, el viceprimer ministro iraquí, Tarek Aziz, subrayó que resulta “imposible” aceptar el ultimátum del presidente estadounidense para que Saddam Hussein abandone Iraq, mientras la población se prepara y otros se refugian.
Los bombardeos por parte de EE.UU. empezaron por vía terrestre desde Kuwait. Desde el Pentágono se volvió a atacar a Bagdad y el sur de Iraq. Fuentes kuwaitíes y estadounidenses informaron de la captura de la ciudad fronteriza iraquí de Um-Qasr.
En paralelo, una ola de rechazo al ataque estadounidense a Bagdad se levantó en todo el planeta. Las mayores concentraciones se registraron en España, Suecia e Italia.
En Sídney, más de 10 000 activistas australianos participaron en una concentración contra el ataque. Los países árabes abogaron por el diálogo para llegar a una solución política.
Bush no perdió el tiempo para enviar la orden de ataque. Aviones británicos se unieron a las tropas estadounidenses que bombardearon siete regiones en el sur y oeste de Iraq. Lo hicieron durante sus habituales patrullajes de la zona de exclusión aérea. La guerra terminó el 1 de mayo del 2003. La coalición perdió 173 soldados y aproximadamente 542 resultaron heridos durante las primeras batallas de la invasión. No se conoce el número exacto de bajas entre las fuerzas armadas iraquíes, pero diferentes fuentes estiman que sufrieron entre 4 000 y 6 000 muertos.