Los terrenos ubicados cerca a la Plaza Grande fuero los primeros en parcelarse, tras la Fundación. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
El Centro Histórico de Quito se dibuja como una cuadrícula perfecta. Las calles van marcando las manzanas y las delimitan como si se tratara de un tablero de ajedrez.
Ese trazado ortogonal es el mayor legado material que la capital conserva de la época de la Fundación española. Allí, en medio de quebradas, ojos de agua y llanos, Quito nació.
Para entender cómo se vivía en el siglo XVI, hay que abrir el mapa de la ciudad y borrar todo lo que se encuentra más allá de lo que hoy es la 24 de Mayo, Olmedo, Imbabura y Flores.
Quitar 4 217 km² de cemento, vías, edificios, parques; y dejar un caserío que empezó con 204 habitantes. Ni una sola mujer. Solo conquistadores que echaron raíces en una zona que, según los primeros registros documentados, los soldados describían como no adecuada para asentarse.
Susana Freire, escritora e investigadora en temas históricos, narra que las primeras descripciones de Quito de las que hay registro datan de 1 553: hablaban de una ciudad fría, que requeriría mucho trabajo para que pudiera crecer.
“Un mal asiento entre ríos y quebradas”. Pero también con abundantes vertientes y lagunas de agua dulce y limpia.
Hablar con Javier Gomezjurado -historiador y maestro- sobre la llegada de los peninsulares es ver una película antigua sobre lo que ocurrió allá en 1534. Quito se fundó el 28 de agosto, pero el 6 de diciembre se instaló la villa.
El nombre de los primeros vecinos se inscribió en una ciudad asentada en dos planicies interrumpidas por profundos barrancos. La primera, entre las quebradas Jerusalén y Sanguña. La segunda se extendía hasta el desfiladero que bajaba por la actual calle Olmedo, al pie de San Juan.
Al inicio se parcelaron no más de 50 manzanas, cada una dividida en cuatro solares.
Por 20 años no se hizo nada importante en la ciudad. Historiadores reconocen esa época como décadas de inestabilidad. Como aún se vivía un proceso de conquista, la villa no creció. Al contrario.
No hay registro de un censo de esa época, pero para 1567 se hablaba de que varios de los primeros pobladores se habían marchado. Se contabilizaban apenas 40 españoles.
Quito empezó a poblarse en la segunda mitad del siglo XVI. Se construyeron bohíos rústicos, de una planta, con pisos de tierra cubiertos con esteras, con amplios patios, corrales y huertos. Luego se incorporaron el adobe y la piedra. De las casas primitivas de ese siglo se conserva un par. Una de ellas, la Casa del Sol, en la Rocafuerte y Maldonado; una reliquia, a los ojos de Gomezjurado.
Quito era una villa donde los animales vivían dentro de las casas y las personas se alimentaban de lo que daba la tierra: cebada, maíz, vegetales.
Como la ciudad estaba cruzada por hondonadas, las primeras obras fueron puentes y calles. El relato de Patricio Guerra, cronista de la ciudad, apunta a que uno de los primeros caminos que se abrió es la vía que sube a La Cantera, en el sector de San Roque. De allí bajaban piedras para la construcción de casas y templos.
Sin centros comerciales, sin parques y sin Internet, el sitio de encuentro era la plaza. Algunos hombres socializaban afuera de las iglesias, siempre de etiqueta. Las mujeres no podían salir solas a la calle.
Las procesiones religiosas y corridas de toros formaban parte de la diversión de la época. Se cerraban las esquinas, siempre con orden real, para celebrar alguna conquista.
Se practicaba el juego de la caña: salían dos hombres montados en caballos de un lado de la vía y del otro, y a galope se acercaban apuntándose no con espadas sino con carrizos.
Aparecieron las cantinas, tiendas y el comercio informal en las plazas. Se ofrecían aceites, carne de vaca, de ternero, velas de sebo y puerco fresco.
Era una sociedad estamental, racista y machista. Un poblado donde la gente arrojaba la basura a la calle y animales muertos a las quebradas, sin cuidado y sin vergüenza.
¿Cómo se vivía en una ciudad sin agua? ¿Cómo se aseaban? El historiador Alfonso Ortiz da una respuesta afilada: “No lo hacían. Incluso en el siglo pasado, solo el 10% de Quito se bañaba”. La ciudad vivió más de 400 años en esas condiciones precarias. Sin luz, sin alcantarillas ni baños, los habitantes hacían sus necesidades en la calle.
Para el agua de consumo se aprovechaban las vertientes del Pichincha. El líquido era llevado por tubos hasta las piletas en las primeras plazas y allí la gente se abastecía.
Por eso el aguatero era fundamental. En 1573, el Cabildo comenzó a regular el trabajo artesanal. Había cerrajeros, sastres, jueces, escribanos, zapateros, molineros, artesanos. Quito fue, desde el inicio, una ciudad de gente trabajadora.
Tan complicado era movilizarse en esa época que la gente de la capital no conocía el mar. El ir de vacaciones a la playa es un fenómeno que nació en la modernidad. La diversión consistía en salir a la cima de El Panecillo para ver la ciudad.
Es a partir del siglo XX que la urbe comienza su transformación hasta volverse el Distrito Metropolitano que es hoy.
La llegada del ferrocarril y el ‘boom’ petrolero empujaron el crecimiento de una ciudad que a 486 años de su fundación acoge a 2,7 millones de habitantes, que tiene prácticamente resueltos los servicios básicos, pero aún lidia con problemas como la informalidad y el desorden, que la han acompañado desde su nacimiento.