El Papa Benedicto XVI nos ha regalado una Carta Encíclica sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad. Un regalo inteligente y oportuno en esta hora de crisis económicas y morales. Y es que las crisis financieras resultan sospechosas e inaceptables cuando están presentes, como un tumor maligno, la inmoralidad y la ausencia de una ética personal y solidaria.
Dice el Papa que la actividad económica no debe considerarse antisocial ni debe convertirse en el ámbito donde el más fuerte avasalla al débil. Algo difícil de comprender cuando la persona concreta, el pobre hombre que sufre y se desespera, se vuelve invisible.
La crisis que estamos sufriendo nace de un exceso, de una inmensa codicia, del menosprecio de la realidad humana y herida de los más pobres y vulnerables del planeta. Ha sido, en grandísima parte, una crisis especulativa donde el afán del dinero ha estado por encima de la persona, de la preocupación de crear y distribuir riqueza, trabajo y dignidad.
Como contrapunto, no en los libros de cuentas sino en la vida real de cada día, las Cáritas Parroquiales, a lo largo y ancho del mundo y de nuestra geografía nacional, aparecen como un fermento en la masa, como la pequeña luz de una luciérnaga en medio de la noche, capaces de alumbrar el camino de la solidaridad. Hoy siento que Cáritas es el más importante testigo social de nuestra Iglesia. Un testigo, además, poco clerical, porque la mayoría de sus voluntarios y trabajadores son laicos: el pueblo creyente y la gente de buena voluntad que comparte su dinero, su tiempo y su esperanza.
En todo el mundo Cáritas es una institución respetada y admirada. Quizá nos olvidamos que detrás de ella, en su entraña, está presente la Iglesia entera, toda esa trama solidaria que la Iglesia alienta en medio de nuestro pueblo. Con pocos recursos, con buena administración, con pasión y dedicación. Sus proyectos eficaces nos recuerdan el rostro de la solidaridad.
Si algo nos recuerda ‘Cáritas in veritate’ es que no basta progresar solo desde el punto de vista económico y tecnológico. Salir del atraso es positivo, pero no es suficiente, Se necesita una cultura, una sensibilidad, una política solidaria que nos recuerde el valor de la persona, de la fraternidad rota, de la dignidad perdida…
Regreso de España. Allí me he encontrado con muchos de nuestros compatriotas, golpeados por la crisis. Los mismos que les dieron trabajo hoy se los niegan. Los mismos que los recibieron hoy los expulsan. Las cifras son implacables. Son los pobres los que se vuelven irrelevantes, incluso desechables… ¡Qué bueno que el Papa nos recuerde que no puede haber crecimiento económico sin crecimiento personal! Una exigencia de la verdad y de la caridad al mismo tiempo.