Redacción Tulcán
El verde intenso de las hojas y vainas de las arvejas contrasta con los colores rojos, blancos y azules de las gorras de los campesinos.
Es época de cosecha y los jornaleros son requeridos. Los dueños de los cultivos ingresan a los recintos y parroquias de los cantones Bolívar y Montúfar a buscar a los campesinos.
Las familias del cultivo
Los intermediarios recorren las fincas y si les conviene compran la producción. Todo depende de cuanto les piden.
1 200 familias se involucran en la siembra, cosecha y venta de la arveja. 2 000 hectáreas están sembradas en Carchi.
Cada productor de arveja invierte USD 1 800 por cada hectárea. Bolívar, San Gabriel y el valle del Chota siembran arvejas, fréjol y cebolla. La cosecha se hace cada cuatro meses.Teresa Mena, robusta y de cabello ensortijado, fue contratada para cosechar la arveja en una cuadra (800 metros), en Bolívar.
Desde el pasado miércoles llega a las 06:00 con otros campesinos, a quienes el propietario del cultivo los transporta desde sus casas. Visten chompas gruesas y botas de caucho.
En la plantación, Mena toma un costal, recorre las zanjas y saluda con las campesinas, unas sentadas y otras arrodilladas. Ellas desprenden las vainas de arvejas y las colocan en un saco.
Teresa toma de tres en tres las vainas del grano y las tira al costal. A su lado está Isabel Mena, quien se protege del sol con una gorra blanca. Desde pequeña Isabel conoció el oficio. “Mis padres me llevaban a las cosechas y así aprendí a recolectar los granos”.
El trabajo se vuelve entretenido para los niños que van con sus padres y ayudan en la recolección. Los padres no les obligan, pero en temporada de vacaciones prefieren tenerlos cerca.
Lidia Chacón viajó hace un mes de Quito con sus hijos Magali y David Yugcha a vivir al cantón Bolívar. Tiene el rostro moreno y los labios partidos. Trabaja 20 años en el campo.
“En Quito me contrataban para la cosecha de la arveja”, dice. Ella conversa de sus hijos con otras jornaleras, si el dinero les alcanza y se preguntan dónde viven. “Con el dinero que me paguen alimento a mis hijos”, expresa Chacón.
Sus hijos y otros seis niños corretean por el sembradío y luego desprenden las vainas y las colocan en los costales.
Al día cada mujer llena un promedio de tres costales, aunque depende de la agilidad de cada una. Por cada saco les pagan USD 3. Los costales se colocan en hileras en el mismo terreno.
El sol quema y los ventarrones son fuertes. Teresa e Isabel y dos campesinas más descansan. Se sirven una cola con pan y después de media hora la tarea se reanuda y empieza el trabajo adicional para los hombres.
Patricio Valencia, jornalero de Bolívar, amarra los costales llenos de la arveja con sogas delgadas. Es corpulento y alto. Coloca los costales en el hombro y los carga hasta un costado de la calle, donde está el camión que transporta el producto a Ambato. En cambio, Teresa Mena carga sus sacos. Tambalea al caminar.
Este año el cultivo se reactivó. El exceso de lluvias del año pasado destruyó el grano y bajó el precio del costal a USD 8. Ahora al productor recibe USD 30 y los intermediarios lo venden a USD 40 en los mercados del país.
César Ruiz, técnico del Ministerio de Agricultura, dice que no todos los campesinos se arriesgaron a sembrar. Los que lo hicieron recurrieron a créditos. La siembra empezó hace cuatro meses. Según la extensión del cultivo y del propietario se contratan entre tres y 30 trabajadores.
Ruiz manifiesta que se buscan a las mujeres porque les pagan menos que a los hombres, que reciben USD 16. El trabajo no requiere de tanto esfuerzo como la cosecha de papa que utiliza el azadón para sacar el tubérculo.
A las 14:00, Teresa Mena carga el último bulto, descansa y se despide de las campesinas que se quedarán hasta las 16:00. Ellas retornarán a sus casas en el carro que las llevó. Así permanecen por una semana en cada plantación.